La pandemia ya se acabó

La pandemia se acabó; no porque haya desaparecido el virus, sino porque ya no hay nada más que se pueda hacer. A estas alturas ya estamos perdiendo el tiempo en quimeras.

No se puede erradicar al virus del covid-19 —al menos no a mediano plazo y sin someter a la sociedad contemporánea a una transformación escalofriante—. Lo único que se puede hacer es vacunarse y esperar a que las variantes menos letales y más contagiosas desplacen a las más letales hasta que la enfermedad se vuelva irrelevante— algo que siempre sucede y que desde un inicio se advirtió que sería la única solución viable. No existe ni existirá una vacuna absolutamente efectiva, y siempre habrá algunos que fallezcan por la dolencia. Es absurdo creer que se puede revertir la tendencia histórica hacia la urbanización, la concentración y el hacinamiento —como si el “distanciamiento” fuese una opción viable– y no se puede estructurar una sociedad alrededor del miedo a la muerte. La muerte es parte de la existencia y creer que está bien buscar siempre rabiosamente culpables de ella, o que es justo hacer lo que sea con la vida de todo el resto con tal de prolongar la propia es perverso.

En el fondo, todos sabemos que ha llegado ya la hora de seguir adelante. Desgraciadamente, hay minorías —cierta gerontocracia débil física y moralmente pero económicamente poderosísima, “expertos” que han encontrado empleo y renombre, ciudadanos asustadizos que amantes del terror y la delación— que rehúyen este debate y nos invitan a abrazar ritos absurdos como “cuidarse” (¿qué es, objetivamente, “cuidarse”?), “protocolos de bioseguridad” (suena a traje NBQ, pero es solo alcohol) o usar mascarillas en situaciones que resultan incoherentes.

Para decisiones como estas existe la fe. Pero la fe sin complejos ni tapujos, abiertamente irracional, a diferencia del vil cientificismo que nos venden ahora como “ciencia”. Porque, lamentablemente, esto va más allá de la pandemia; tiene que ver con una discusión mucho mayor que cobrará cada vez más fuerza. ¿Estamos dispuestos a aceptar vivir estabulados, reducidos a consumidores y generadores de datos, cobijados por una ilusión de placer y seguridad creada por un Estado armado de tecnología?

[email protected]