La levedad de la vida

Rosalía Arteaga Serrano

Hay momentos en los que la fragilidad de la vida se pone de manifiesto. Esto ocurre cuando uno pierde a los amigos, como ocurrió esta semana, cuando noticias provenientes de Caracas y de Quevedo me impactaron profundamente.

Una, el fallecimiento previsible del viejo amigo — luego de la hemorragia cerebral, no menos dolorosa si sabemos que deja atrás a la esposa de toda la vida—, Edalfo Lanfranchi, uno de los ingenieros puntales de la antigua y exitosa empresa petrolera de Venezuela, que un día fue modelo para el mundo; un técnico y un maestro respetado en su país y en varios países del mundo donde prestó servicios, incluido el Ecuador.

Otra, el fallecimiento absolutamente sorpresivo de una joven brillante, Nabila Agila, con estudios en universidades europeas y norteamericanas, con un futuro brillante a la vista, siempre generosa con sus conocimientos, sobre todo para desbrozar el camino frente a la posibilidad de conseguir una beca cotizada en el extranjero, en las más importantes universidades del mundo.

Edalfo y Nabila no están más. Dejan a familias doloridas, tratando de pensar en los recuerdos positivos, en las memorias que forjan las vidas, en los pequeños detalles que hacen que cada ser humano sea una individualidad, un referente.

Extrañaré a los dos: en el uno la conversación florida, llena de experiencias, de aventuras, de viajes; en la otra, las posibilidades que se quedaron truncas. En todo caso, la fragilidad y la levedad de la vida están presentes. Nos dejan las enseñanzas, pero también las aspiraciones, las ganas de que las cosas ocurran de diversas maneras.

Tal vez estas reflexiones nos ayuden a mirar de forma diferente a la vida, a pensar en lo que de verdad es trascendente y vale la pena atesorar.