La desigualdad en el mundo

Rodrigo Contero Peñafiel
Rodrigo Contero Peñafiel

Vivimos en un mundo que no es igualitario. Las diferencias con los países más organizados y democráticos son muy grandes. Existen naciones donde las personas viven más sanas y por más tiempo, tienen un nivel de educación superior, pueden acceder a varias opciones en la vida: educación, salud, trabajo, carreras profesionales, actividades económicas. Las ciudades están más organizadas, la vivienda, el agua, la luz, el alcantarillado, el internet, las calles y los medios de comunicación son prioridades fundamentales para una vida sana y tranquila; la ley y el orden se respetan, lo que da seguridad a sus habitantes. En esos casos hay que reconocer que los ciudadanos eligen como dignatarios personas que están capacitadas para desempeñar cargos públicos.

La diferencia entre las ciudades de nuestro país y otras del mundo es muy evidente. La desigualdad tiene consecuencias no solo para la vida de las personas, sino también para la política; dirigentes que dicen practicar la igualdad social esconden sus responsabilidades tras discursos de coyuntura y culpan de su incapacidad a los países progresistas, el capitalismo, la empresa privada y los empresarios. Cualquier pretexto es bueno para hacer de la política un campo de batalla. Confunden al pueblo para alcanzar la popularidad que les permita llegar a ocupar posiciones burocráticas sin conocimiento alguno. El engaño populista funciona, siembra el caos, el desgobierno, las ambiciones personales y la corrupción.

Es obligación de todo ciudadano, que participe o no en política, entender por qué existen estas diferencias, para no ser víctima de la irresponsabilidad, el odio y la sinrazón de quienes desorganizan las instituciones, instauran oscuros procesos de corrupción, eluden responsabilidades, confunden a la justicia con argucias de toda naturaleza que les permite salir bien librados, terminan con la ética, la moral y la dignidad del país, dicen ser víctimas de la persecución política y buscan asilo en gobiernos populistas donde pueden esconder sus fechorías. Un país es próspero cuando sus instituciones son coherentes, construyen procesos administrativos adecuados y evitan ocupar políticos audaces.