La cantaleta cultural

Es mucho mejor estar entre políticos que entre gestores culturales y artistas profesionales, pues los primeros sencillamente sabemos que harán todo lo que sea para ganar una elección o mantener su puesto, su curul y tener beneficios; los segundos, se visten de intelectuales, de sensibles, de creativos, de únicos, pero en realidad solo quieren lo mismo que los primeros: tener beneficios.

Y no es que sea tajante y todos sean iguales, sino que en estos momentos, en el escenario de la cultura agremiada en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, como era de esperarse, ha surgido una disputa por legalidades, por participaciones, por representatividad, es decir, por temas políticos. Sí, políticos, porque la cultura y su manejo también es tema público, entonces debe ser político, pero no trasvestido de sensibilidad, de que por ser artistas, las prebendas tienen que ser diferentes a las de los políticos tradicionales.

¿Qué han hecho los ex ministros y ministras de cultura por el país? ¿Qué de ellos ha quedado como marca histórica? Ninguno, ninguna ha transformado la realidad.

De igual manera, ¿qué nos queda de los nombres de los ex presidentes de la Casa de la Cultura? Poco o nada, pues apenas uno de ellos no medró con puestos en ministerio ni con embajadas y siguió con su vida, pero tampoco fue un transformador de la estructura nacional.

¿Dónde está la industria cultural? ¿Dónde las potentes editoriales nacionales? ¿Dónde una biblioteca nacional fuerte con espacios adecuados y procesos de conservación? ¿Dónde están los archivos digitalizados, informatizados y al servicio en línea de los investigadores? Y así podríamos seguir.

Lo que pasa ahora en la elección de la Casa de la Cultura Ecuatoriana es lo que siempre ha sucedido y nadie ha querido parar: viveza criolla de los llamados artistas, que solo hacen plataforma para que su obra sobresalga de las demás gracias a la estructura institucional.