Insólito y dañino

Alejandro Querejeta Barceló

 En la política nuestra, lo más fácil es echar la culpa a otros. Calificativos como ‘indecencia’, ‘descrédito’, ‘impunidad’ e incluso ‘delincuente’, se cruzaron primero entre demandantes y demandado, y luego pasaron a sonar más en las filas de aquellos al referirse unos a otros. Los primeros capítulos del pretendido juicio político al presidente Guillermo Lasso muestran fisuras inocultables entre la oposición variopinta que inicialmente lo sustentó.

El discurso de odio con que el correísmo trató al movimiento indígena, sazonado con una dura represión, vino a la memoria no sólo de varios de sus líderes, sino también de los pueblos que lo componen.

Hay diferentes y encontradas visiones sobre de dónde se parte y hacia dónde llegar entre correístas, socialcristianos y aliados. La narrativa de ‘élites malvadas’ contra el pueblo y los ‘valores nacionales’ comienza a sonar hueca entre los más jóvenes de estos partidos. Los nostálgicos de lo absoluto, la homogeneidad y unanimidad van quedándose sin argumentos.

Para ellos la vida sería mucho más sencilla si los enemigos estuvieran siempre en el bando contrario, pero no siempre es así. Su relato repite el mismo patrón: érase una vez un pueblo que vivía en paz y armonía, pero cuya unidad se desmoronó a causa de una élite corrupta. No convencen a todos la retórica maniquea y el simbolismo a cambio del empobrecimiento, los abusos de poder, los conflictos y las migraciones.

El mundo, cada vez más pequeño, tiene más fronteras y estas importan cada vez más. La inestabilidad política está reñida con los agudos problemas económicos y sociales que agobian al planeta. Nuestro país está siendo afectado por la pobreza y la desigualdad, pero también por la proliferación del crimen organizado y el miedo a la inseguridad. Un juicio político como el que se pretende, resulta insólito y desde todo punto de vista dañino en este contexto.

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