Hablemos de narcotráfico

Ahora que ya empezó la matanza, podemos dejar a un lado la pantomima. Vivimos en una economía ‘global’ construida en función de un puñado de oligarcas en la que gran parte del resto de personas son profundamente infelices y necesitan ayuda para funcionar—azúcar, ansiolíticos, antidepresivos, etc.—.

Una de estas ayudas, excelente para desempeñarse productivamente en la desquiciada sociedad contemporánea, es la cocaína. Por un accidente histórico —ventajas geográficas, descubrimiento genial de un método barato de producción, prohibiciones de origen religioso— cuatro países pueden producirla a un precio inmejorable.

¿Por qué los ecuatorianos nunca supimos aprovechar, en nuestros términos ese regalo, comparable al que recibieron los saudíes de la geología? No fue porque seamos mejores personas, sino porque —a diferencia, por ejemplo, de nuestros hermanos paisas— somos crónicamente carentes de ambición, envidiosos e incapaces de organizarnos. Esas características dificultan toda empresa, ni se diga una tan compleja y peligrosa como el narcotráfico internacional.

Hoy, el curso que ha tomado la lucrativa guerra mundial contra las drogas ha hecho que Ecuador resulte logísticamente irresistible para el narco internacional. Y esta vez no hemos podido resistirnos a que nos involucren; no solo porque como nación hemos sido miserablemente mezquinos e ingratos con hombres honestos que por décadas sacrificaron su paz para mantenernos lejos de ese juego, sino también porque —entre aplausos—, destruimos nuestra moneda y nuestra producción, y ahora necesitamos esos papelitos verdes que el hombre blanco entrega a cambio de cocaína.

Como tantas veces en nuestra historia, han llegado peligrosas fuerzas externas a meternos a empellones, dictándonos sus condiciones, en el mercado internacional. Si nos resignamos a ese destino, morirán muchos ecuatorianos más; tal y como han muerto en otros tiempos y lugares pero también de forma horripilante, esclavos en plantaciones de caña de azúcar y trabajadores en minas de diamantes. Es el costo que paga una nación cuando acepta el papel de insignificante proveedora de caprichos codiciosos para inescrupulosos patrones extranjeros.

[email protected]