El tránsito y los políticos

Gonzalo Ordóñez

La política es similar al tránsito vehicular. Como cuando nos detenemos en doble fila esperando a la esposa, la novia o algún familiar, importa un carajo la incomodidad para el resto de conductores. Miramos la pantalla del celular y dejamos que nos absorba; los pitos e insultos no llegan, el placer de ver algo que nos gusta o de engordar nuestras creencias llenan de grasa las neuronas. El cerebro se vuelve lento y tiene el efecto de la obesidad: sedentarios mentales.

Para quien se encuentra bloqueado, rebasar al conductor detenido, cuando nadie quiere ceder el lugar es un suplicio. Si al fin logramos salir, pasamos lanzando alguna frase hiriente; pero nada, el conductor está apoltronado frente a la pantalla del celular.

Odiamos al idiota insensible que detiene el tráfico, pero hacemos lo mismo con cualquier justificación. Además, como el transporte público es una porquería, no porque tenga que ser así sino por las mafias de los transportistas y la corrupción burocrática, entonces cada vez tenemos más automóviles y motocicletas, enfrentados, por las vías de la ciudad.

Los motociclistas invaden el carril de la ciclovía; los buses, absurdos, egoístas, insensibles, descorteses hacen lo propio. A veces, nos encontramos con tres bestias mecánicas llenando los carriles de una avenida, sin que ninguno de los agentes de tránsito, tan pendientes de los semáforos, los sancionen.

Se llama sesgo de disponibilidad a la tendencia humana a generalizar, a partir de la información que tenemos a disposición; es decir, de nuestra experiencia y no de información que la compruebe. Pensemos, por ejemplo, en cómo nos afecta el atasco de los vehículos en función de que llegamos tarde a retirar a la guagua, de que no alcanzamos a la serie coreana o del enojo, de nuestra cita, por llegar atrasados y no en razón de su efecto social.

La política funciona de la misma manera, cada tipo de conductor solo reconoce sus necesidades, que las considera justas; lo mismo piensa el resto, para nosotros son unos idiotas, para ellos los idiotas somos nosotros. Pero si alguien pudiera observarnos en conjunto, los idiotas somos todos.

Los correístas me recuerdan al gremio de transporte público: son como una mafia que movilizan inocentes, siempre con riesgo de nunca llegar vivos a destino. Los socialcristianos tienen semejanzas con el transporte público, pero en tono empresarial, como los taxistas: partidarios del mercado para el resto, porque para ellos todo el proteccionismo del Estado. Cuando tienen un cargo, administran las empresas públicas como el taxi, por fuera pintadito, por dentro cochino sin remedio.

¡Ay! Mis Pachakutiks, los motoristas del delivery, parecen gremio, pero no lo son; en realidad van cada uno por su lado y están convencidos de que las reglas de tránsito son las que convienen al pueblo, que únicamente son ellos, y no a toda la sociedad.

Las autoridades locales me recuerdan a los agentes de tránsito cuidando los semáforos mientras, las infracciones ocurren a una cuadra de distancia. Hacen de la vista gorda a los políticos corruptos.

Cada grupo reclama control para otros y no para ellos. En semejante caos pueden aparecer dos tipos de directores de tránsito: el chancleta y el media. El primero ofrece castigo a los motociclistas que invadan cualquier vía, que se filtren como libélulas entre los autos o que se pongan el casco de turbante. Los que no cumplen, chancletazo, multa y cárcel.

A los automovilistas doble chancletazo por privilegiados y por necios a ver si dejan de parquearse como si la calle fuera su casa. Los chancleta-agentes se encargarán además de castigar a los que manejen mientras chatean, con multas imposibles. A los buseros, chancletazo con suela de tol, si rebasan en las avenidas. Multa, chancletazo y cárcel por llantas lisas y contaminación ambiental.

El director-media, o calcetín dicho en fino, trata de calzarse con todos, pero es imposible, cada grupo reclama la media y para evitar que cualquiera se la ponga terminan rompiéndola, si no es mía no será de nadie. En realidad, quien nunca dejará que el funcionario calcetín pueda dirigir nada es el aspirante a director chancleta, siempre detrás del caos, azuzando, complotando, corroyendo.

Los presidentes que se comportan como los directores chancleta saben manipular las emociones, acentúan la división entre los grupos y ofrecen cambios radicales, castigos ejemplares. ¡Son los peores! Para chancletear a todos los grupos necesitan mucho poder, así que destrozan las instituciones públicas que son las encargadas de velar porque el sistema funcione para todos.

Estimado lector, esta columna no tiene la intención de dirigir su voto, mi propósito es que reconozca sus propias emociones, para que no las ponga al servicio de cualquiera de los candidatos a la presidencia.

El caos, la violencia, la corrupción solo podemos resolverla nosotros. Aunque los dos candidatos parecen enfrentados, existen redes que los conectan, intereses con los que pactarán. Nosotros somos los peatones de la política; si nos maltratan, atropellan o matan no pasa nada. Para tener seguridad y trabajo necesitamos aprender a convivir y esto se logra si cedemos el paso, como en el tránsito; también si apoyamos los compromisos y no los enfrentamientos.

A los políticos chancleta se los derrota exigiendo que lleguen acuerdos con todas las fuerzas; no les conviene, por ejemplo, ponerse de acuerdo en reformar la Ley de Extinción de Derecho de Dominio y eliminar el requisito de contar con una sentencia ejecutoriada para proceder con la extinción del dominio, que protege al crimen organizado, eso sí que no. ¿De qué sirve pertenecer a un grupo político, si utilizan el poder encomendado contra sus propios electores?

Gane quien gane, está en nuestras manos no alinearnos a ningún grupo político, debemos únicamente apoyar los acuerdos y, sobre todo, no pelear entre nosotros, que a los políticos no les importa.