Ellos

Matías Dávila

Matías Dávila

¡Que levante la mano el que quiera ser peón! ¡Qué levante la mano el que quiera ser limpiador de baños! Hay un tipo de personas que cree que los pobres son pobres porque quieren. Cuando uno habla de la justa redistribución de la riqueza, ellos lo ven como una ofensa personal.

Hay quienes desde sus privilegios están muy de acuerdo con un sistema donde todos puedan ganar más, pero no más que ellos. La empleada doméstica debería trabajar puertas adentro sin estarse quejando. Debería ser casi una esclava que reciba con gratitud lo que uno ‘buenamente’ pueda darle. Para eso están las cholas, las negras y las indias, ¡para servirnos! ¡Cuántas veces he escuchado esa conversación! Un día en un hotel prestigioso de la capital, un grupo de señoras de alcurnia entre las que estaba yo —no entiendo por qué, si no soy ni señora ni de alcurnia—, escuché algo que me hizo ruido y que en ese momento no tuve el valor de enfrentar. Apareció un mesero con trenza y una de esas señoras dijo: “Ahora para llamarles hay que tratarles de ‘usted’ y hay que decirles señores… ‘señor Indio’”. Todas se rieron. Estaba con mi hijo, quien me veía como diciéndome: “¿Qué esperas para decir algo?”. No tuve el valor. Agaché la cabeza sin reírme y con muchísima vergüenza. Y de alguna manera eso ha sido mi vida: interrelacionarme con alguna gente que minimiza todo aquello que no tenga los ojos claros ni una cuenta de ahorros en algún paraíso fiscal.

Ellos, los que creen que pertenecen a una ralea especial, defienden la idea de la meritocracia. Creen que si uno quiere lograr algo lo puede hacer. Te ponen el ejemplo de la hija del jardinero que ahora es dentista; o la del sobrino del chofer que ahora es abogado. Hacen de la excepción una regla; el resto, los vagos esos renegridos sin oficio ni beneficio, son una escoria para su forma de mirar. ‘¡El que se esfuerza puede!’ Entonces me pregunto: ¿y cuál fue el esfuerzo que hicieron estos parásitos?