El peor de los chuchaquis

Hoy les voy a contar que a mí me dan los peores chuchaquis (resacas) que puedan imaginarse. Me gusta disfrutar un buen vino, me encanta la cerveza y el champagne, pero mi tolerancia es mínima; normalmente, si me tomo más de dos copas, necesito varios días para recuperarme. He llegado a pensar que es más bien un aspecto emocional y no orgánico; creo que es el temor que guardo a perder el control, o actuar fuera de mi voluntad. Eso me aterra y por eso lo evito.

Les hago esta confesión personal, a quienes me leen, para explicar cómo me siento después del fin del paro nacional. Ciertamente recuperamos la libertad —de momento—. Y eso se siente bien. Pero prevalecen sentimientos de dolor, de miedo, de rabia, de orfandad. Mi ciudadanía tiene chuchaqui.

Hemos sido víctimas de una ola de violencia que tiene un precedente en octubre 2019 y que ha permeado la ciudadanía ecuatoriana.

Definitivamente, nuestro país es desigual, en acceso, en distribución de la riqueza, pero sobre todo en materialización de los derechos. Esto quiere decir que los derechos que están consagrados en nuestras leyes no se ejercen de la misma manera en todos los niveles de la sociedad. La gente más pobre tiene menos posibilidades de que sus derechos se respeten. Es una sociedad injusta y por eso todos estamos sufriendo. Porque en la desigualdad nadie gana, todos perdemos. Y hay unos que pierden más que otros. Por eso, como sociedad debemos buscar los mecanismos urgentes de reorganizar los escasos recursos que tenemos; eso permitirá garantizar tanto que la mayoría tenga acceso como evitar que unos pocos se beneficien de la riqueza del Estado. Pero esos cambios tan urgentes y siempre postergados no se consiguen con violencia, por más que ahora se haya construido una narrativa —desde la noble defensa de los derechos humanos y la conciencia social— que parecería justificar y permitirlo todo.

Yo no me inscribo ahí. Llevo una vida de trabajo y entrega a este país en el que nací y donde elegí vivir, así que no me importa si me tachan de racista o clasista. Evidentemente, no lo soy.

Sin embargo, el debate nacional no se trata de mí ni de esos intelectuales militantes de la defensa del paro nacional. Se trata de una población entera que queda a merced de unos pocos violentos. Por eso me siento huérfana de Estado y es una sensación más angustiosa que el peor de los chuchaquis.

Pero el Estado somos todos. El Gobierno Nacional nos representa legalmente y por eso lo defenderé en este proceso, pero recordemos que el Estado incluye a todos los actores de la sociedad, no solo a los que paralizan el país y nuestras vidas cada cierto tiempo.

Es decir que nosotros, esa clase trabajadora que ha quedado excluida del debate de los últimos 18 días, somos parte del Estado y debemos ser parte de las grandes decisiones que se tomen.

Por eso, tras unas semanas de silencio para reflexionar profundamente, vuelvo a escribir y sigo trabajando desde mi espacio para construir el Ecuador que queremos, el que nos merecemos —y que alberga a mis hijos y a los tuyos—.