El país de los milagros

En el París medieval se describe a la ‘Corte de los Milagros’ como una temible guarida donde los pillos solían reunirse, lugar tan peligroso que ni las autoridades se atrevían a penetrar en él. Lo que allí había no se podía revelar, pues los muertos no hablan y rápida era la justicia allí. Y era un milagro salir, pues hasta la vida y lo robado había que repartir.

Cambiando lo cambiable, aunque sin exagerar mucho, la Asamblea Nacional tiene un

desprestigio único: se induce a “robar bien”, se destituye a sus autoridades sin argumentos o por presentar una moción, se intenta apoderarse de las instituciones del país, el presidente de la República estorba, la impunidad es el ideal del grupo correísta, se amnistía a los violentos y se intenta limitar las funciones de la fuerza pública, muy parecido a como asustaban los integrantes de la ‘Corte de los Milagros’ a la gendarmería francesa. Su presidente es a la vez serruchador, mediador, conspirador. Legislación y fiscalización seria, nada, son actividades inútiles para su mayoría. Su conciencia es oportunista.

Gracias a la Fiscal General el país de los milagros y la impunidad ha tenido un respiro. El prefecto de Cotopaxi ha sido enjuiciado por crimen organizado, golpe duro para la Conaie, que en las mesas de diálogo con el Gobierno con soberbia quiere gobernarnos o destruirnos. La Presidencia de la República también ha recibido, su golpazo: el caso “Danubio”, caso del tráfico de cargos altos mediante sobornos, en que se habla de un asesor ad honorem” y de hasta cierto asambleísta oficial. El correísmo, temible guarida, está implicado en el caso “Helicópteros DHRUV”, con crimen de por medio (el asesinato del Coronel Gabela).

“Honradez relativa”, pues “Robar al estado no es malo, el también nos roba”, estribillo de contrabandistas, pequeños contraventores, sobornadores a policías por infracciones de tránsito. Hay delincuentes porque no hay empleo, vergüenza de argumento, resumido por Wilde: “El deber es lo que esperamos hagan los demás”. “Dios ayude a los marginados”, como sentenciaba Víctor Hugo al describir la “Corte de los Milagros”.