El implacable transcurrir del tiempo

El tiempo transcurre de manera inexorable. Parecería, como decía Fray Luis de León, luego de regresar de un internamiento doloroso en la cárcel de Valladolid: “como decíamos ayer”, demostrando con esta alusión la fragilidad del tiempo, lo rápido que transcurre y cómo, casi sin sentirlo, la vida se nos escurre por entre los dedos.

Así nos sentimos en estos momentos cuando tornamos la mirada hacia atrás y conmemoramos los primeros 40 años de diario La Hora, que felicitamos, así como otros tantos del retorno a la democracia, en los que muchas cosas han sucedido, pero en los que no hemos conseguido consolidar esa democracia de la que hablamos con frecuencia pero que tan poco practicamos. Más bien, en los últimos tiempos podríamos decir que se ha producido un deterioro que nos coloca en la antesala de un país con pocas perspectivas de futuro, lo que algunos incluso han denominado como un “Estado fallido”.

Por supuesto que a raíz de la era petrolera en el Ecuador existen más edificios, más carreteras y hasta más escuelas y hospitales, lo importante es saber si la calidad de vida de la gente ha mejorado. Hay indicadores que nos demuestran que sí porque la expectativa de vida para hombres y mujeres se ha extendido, con lo que tenemos la esperanza de vivir más, pero en cambio la percepción de las personas indica que se sienten menos felices, que hay más violencia en las calles, más insatisfacción de las necesidades que el propio desarrollo crea, como por ejemplo el acceso a celulares, electrodomésticos, etc.

La clase política ha tenido mucha responsabilidad en ese deterioro, pero también es responsable el pueblo que elige a sus autoridades, que se deja guiar por la banalidad de las promesas, por las ofertas que se incumplen una y otra vez, por no prestar atención a los antecedentes de quienes fungen como candidatos, por pensar que el baratillo de ofertas es lo único que importa y no ver más allá de lo inmediato.

Esa inmediatez en las miras ha sido uno de los grandes problemas de nuestra democracia. No aprendemos a planificar en el tiempo, a pensar en que los programas y las metas deben rebasar la limitada mira del período de gobierno.

Hay además un cáncer que ha proliferado en los últimos tiempos y que tiene que ver con la corrupción, que no es patrimonio de un país, tampoco de un partido político o de una tendencia ideológica, lo ha permeado todo y tiene visos de agravarse en un país que se ve acosado por las redes de narcotraficantes que han traído una violencia inusual al Ecuador.

Soy de las personas que piensa que aún hay salida, que no podemos dejarnos ir, cruzar los brazos y convenir en que nada tiene remedio. Al menos en mi caso, y creo que en el de algunos ecuatorianos, pensamos que tenemos salida si ponemos énfasis en proporcionar una educación de calidad a nuestros niños, una que esté basada en valores, que establezca la interrelación estrecha entre la casa y la escuela, y que no descuide los otros estadios de la educación, tanto formal como informal, en este espíritu de formar a buenos ciudadanos además de profesionales competentes.

Por allí puede venir la esperanza en días mejores y en superar la pesadilla en la que se ha transformado, en muchas ocasiones, la convivencia en las ciudades, en las urbes.