El hábito hace al monje

Una persona profesional ejerce su actividad habitual con eficiencia. Tras ejercerla por largo tiempo, se produce una reacción permanente en todas sus otras acciones; las relaciona con su profesión. Se decía, cuando los sacerdotes usaban hábito y luego dejaban su calidad sacerdotal, que “seguían pateando la sotana”. En el Ecuador se exige que nuestro presidente, banquero de profesión, deje de serlo en su forma de administrar y gobernar el país. Desde luego, afronta problemas políticos, legales en forma diferente, pero no deja su mentalidad de banquero, una cualidad con la que lo elegimos.

La obligación de un banquero es mantener estable su banco, no cambiar el sistema monetario y la actividad económica del país o preocuparse de los problemas políticos de la nación, salvo que interfieran en su actividad financiera. Se preocupará de sus empleados, a veces con sentido social, pero lo importante serán los resultados reflejados en los balances. Un buen banquero generalmente es muy honrado, serio y creativo en sus funciones específicas, y sus órdenes serán de cumplimiento irrestricto.

Dice León Daudí: “Si el acreedor pensara en la otra vida, el deudor la pasaría mejor en esta”. Ergo el banquero es pragmático, mientras el gobernante tiene que ser sensible, algo populista, un guía que sabe mantenerse en el poder, dialoga y tiene respuesta aún para ciertas peticiones imposibles. Por supuesto que hay pésimos gobernantes con sus deformaciones profesionales. Por ejemplo, Ortega en Nicaragua no es preparado en nada, gobierna mal, pero gobierna. Maduro, exchofer, conduce al desastre a Venezuela, pero gobierna. El ilustre De Gaulle, gobernaba Francia con eficiencia, pero, como militar, la consideraba su cuartel.

A un boxeador se le pedirá que gane contundentemente, pero jamás que no dañe al rival. Al centro delantero se le exigirá goles, así apesadumbre al contrario. Ambos seguirán ya retirados esquivando rivales.

En fin, el hábito sí hace al monje, si este toma en serio su vocación.

Un banquero será aburrido y poco audaz “generalmente”, pues su misión es no arriesgar.