Demagogia cero

César Ulloa

 En abril de este año, la desaprobación de la Asamblea Nacional fue del 84.1% según Cedatos. Por esta causa, la mayoría de la población aplaudió de pie su disolución, sin embargo, el reto hacia adelante es mayor en un contexto nada favorable. La sensación de tranquilidad sin el Legislativo convive con el vacío y la incertidumbre, ya que la inexistencia de un sistema de partidos robusto complejiza la elección de buenos candidatos. Desde hace larga data, las tiendas políticas dejaron de preocuparse por la formación de nuevos liderazgos y mucho menos de la construcción de un proyecto país que nos diga hacia dónde vamos. Hay maquinarias electorales con modelos corporativos y liderazgos caudillescos.

Esta escena no es nueva, pero se actualiza más deteriorada. La historia nos demuestra que no cabe la institucionalidad robusta, la continuidad de las políticas públicas positivas, la presencia de una oposición propositiva y la democracia interna en las organizaciones políticas. El país aprendió a vivir en la inestabilidad política como forma natural de relacionamiento entre los ciudadanos. Eso se explica por la exacerbación para producir constituciones, leyes orgánicas, normas inferiores, en donde, además, el poder reitera que “hecha la ley, hecha la trampa”. Cada intento de “reinstitucionalizar” nos lleva hacia atrás. Por eso, no es extraño que quienes dieron a luz la Constitución de los 300 años, ahora promuevan una nueva. Se impone el contrasentido como modo de vida.

¿Qué viene hacia delante? Un fenómeno de El Niño agudo, compromisos con los multilaterales de crédito, millones de personas en desempleo y un ambiente de inseguridad atosigante. Por estas y otras realidades, lo que menos necesitamos es demagogia, baratillos de ofertas, egos sobredimensionados de los políticos, debates y acusaciones estériles. En medio de la crisis, podría haber destellos de sensatez y la construcción de acuerdos mínimos. El primero: dejar la mentira y el populismo como elemento del ADN en la cultura política. El segundo, amor propio para no votar por los mismos que fueron destituidos. El tercero, castigar la demagogia con el voto en las urnas.