Debate o difusión

Pablo Escandón Montenegro

Nixon contra Kennedy fue el inicio de los debates mediáticos políticos modernos. De ahí hasta nuestros días han pasado muchos candidatos presidenciales que se han sacado los cueros al sol con la finalidad de posicionar su imagen y mensaje frente a un electorado indeciso.

Histórico es el debate presidencial de los años ochenta en Ecuador, cuando Febres Cordero intimidó a Borja con la frase: “míreme a los ojos, doctor Borja”. Y el más reciente, de la campaña presidencial, cuando Lasso soltó el famoso “Andrés, no mientas otra vez”.

En el actual Código de la Democracia los debates para las elecciones seccionales son obligatorios, para territorios que tienen más de cien mil votantes, pero también se han desarrollado debates temáticos convocados por asociaciones ciudadanas, universidades y medios de comunicación para escuchar a los candidatos.

En todos los casos, lo que se propone es que los actores políticos expliquen sus planes de gobierno, difundan sus ideas de cómo harán esto o aquello, entonces el término ‘debate’ no es el adecuado, pues de acuerdo con la RAE, un debate es “controversia, discusión, contienda, lucha, combate”.

Entonces ¿por qué nos quejamos cuando los candidatos empiezan a darse golpes verbales, se hieren con adjetivos, se punzan con definiciones hirientes? Porque la tradición de un debate, como los antes descritos, son para que los contendores busquen los puntos flacos de sus adversarios.

Las palabras nominan, es decir, nombran, dan sentido. Por ello, en ‘Cien años de Soledad’, cuando se pierde la memoria, se colocan membretes para identificar las cosas. Así mismo, en política, lo que más se hace es nombrar, no por cómo inscribieron o bautizaron los padres al candidato, sino por su trayectoria: “el alcalde depuesto”, “la mujer del grillete electrónico”. “el hijo del ex alcalde”, “el que tiene patrones”, etc. Todas esas definiciones hemos escuchado en los debates, pues la idea era pelear, generar conflicto y disputa.

La actividad busca informar al votante sobre un voto consciente, razonado, pero la política no es eso; es emoción. Tal vez si queremos que los candidatos no se agredan, el formato del voto informado no debería ser un debate, sino un programa semanal o diario producido por el propio CNE con el cual se conozca más al candidato, a su equipo y sus motivaciones.

Si bien el ejercicio de estas dos semanas pasadas fue bueno, es necesario ajustar algunos elementos, pero los candidatos siempre irán hacia lo emocional y no lo racional, pues se vota con el corazón, el hígado o el estómago, como bien anotan los consultores políticos.