Seguimos siendo humanos

Daniel Márquez Soares

Hoy, más tres décadas después de su irrupción, a los intelectuales les encanta burlarse de Francis Fukuyama. Les resulta risible la convicción que mostraba el pensador estadounidense, tras la caída del Muro de Berlín, de que la humanidad había encontrado en la democracia liberal occidental el orden definitivo y duradero. Con la comodidad que da el sesgo retrospectivo, lo critican por haber cantado victoria antes de tiempo para Occidente y explican sesudamente por qué la Historia no se había acabado.

Es cómodo criticar a los ilusos del pasado; lo duro es saber reconocer a los del presente. Cada generación tiene su escuadrón de apologetas que nos inducen a creer que ya hemos encontrado las respuestas definitivas para los problemas fundamentales y que nos encontramos a las puertas de la utopía. Con el tiempo, esas ilusiones —propaganda que el sistema genera en su defensa— terminan despedazándose en medio del estupor de sus fieles; eso es justo lo que está pasando ahora con la idea, tan propia del siglo XXI, del progreso ilimitado asentado en la tecnología.

Hasta hace apenas un par de años, algunos pensadores como Yuval Harari, Steven Pinker o Peter Thiel nos invitaban a creer que los humanos podíamos seguir, en el sentido de bienestar material, avanzando indefinidamente en la búsqueda de la comodidad, el placer y la sensación de libertad. Se suponía que, empleando la razón y la tecnología, íbamos a ser capaces de eliminar el hambre, la guerra, el nacionalismo, la religión e, incluso, la muerte y el envejecimiento. Avanzábamos, según ese credo, a un mundo sin problemas materiales que nos requería que dejásemos de ser humanos para convertirnos en algo superior.

Estamos viendo exactamente lo opuesto. Asustados ante ese mundo tecnocrático, globalizado, gobernado por finanzas hipercomplejas y por una elite que de tan perfecta y civilizada ya nos resulta irreconocible, los humanos no hemos reaccionado no comprometiéndonos a evolucionar, sino reafirmándonos en nuestra imperfecta humanidad. Estamos ante una regresión a la media: retroceso en los indicadores de globalización, repliegue de la democracia, resurgimiento de potencias regionales, guerras de desgaste entre naciones industrializadas, debilitamiento de organismos multilaterales, resurgimiento de caudillos políticos y religiosos, disidencia tecnológica organizada, envejecimiento de la población, crisis de salud mental, etc. Luego de tres décadas de tanto orden internacional, paz y progreso material, la humanidad está volviendo simplemente a ser el permanente escenario de fricciones que usualmente fue. Estamos viviendo nuevamente los antiguos mitos religiosos en los que el héroe intenta convertirse en un dios y la divinidad lo regresa de un manotazo a su condición inferior. Es como si nos estuvieran recordando que la perfección y la inmortalidad no son ni jamás serán cosa de este mundo.

Lo más probable es que el mundo del mañana no sea la tecno-utopía poshumana que nos han vendido los apologetas del sistema, sino un mundo bien parecido al del pasado, con las vulgares necesidades del ayer, los problemas del ayer, los miedos del ayer y los dioses del ayer. No es la primera vez en la historia que, a las puertas de un futuro prometedor pero desconocido, los humanos optamos por volver a ese pasado que conocemos mejor; esa es la condición humana. Pronto, Harari será el nuevo Fukuyama.