La popularidad ya no es problema

Daniel Márquez Soares

En siglos pasados, muchas de las enfermedades que hoy se resuelven con un medicamento barato o una breve cirugía eran un total misterio. Los médicos y curanderos no sabían qué hacer ante ellas, así que esbozaban teorías descabelladas y experimentaban con los tratamientos más excéntricos. La fístula anal que atormentó a Luis XIV y que movilizó a toda una corte de supuestos científicos hoy se corregiría con facilidad. La hemofilia del príncipe Alexei, que torturó a los Románov y de la que se aprovechó Rasputín, sería rápidamente remediada hoy, al igual que esas epilepsias, diabetes, migrañas o gonorreas de las que lucraban brujos y charlatanes. Hoy, esos males han sido comprendidos plenamente y, por lo tanto, son remediables.

Estamos viendo el fin de un mal que antes no entendíamos: la baja popularidad política. Hasta hace pocos años, la humanidad no entendía los misterios de la popularidad, y los pseudocientíficos y estafadores proliferaban en la política al igual que en las cortes de aquellos reyes enfermos. Hoy, la tecnología actual de comunicación permite entender plenamente el fenómeno de la popularidad. Las mediciones objetivas y predicciones científicas permiten elevar con certeza científica la popularidad de un político.

La victoria arrasadora de Nayib Bukele, la elección de un personaje tan excéntrico como Javier Milei, la elevada popularidad de un político tan atípico como Daniel Noboa; todos ellos son ejemplos, en nuestra región, de una gestión metódica y técnica de la popularidad. Eso solo se agudizará. Pronto, lograr que un político tenga noventa por ciento de aprobación va a ser tan fácil como curar una diarrea; podremos manipular la opinión pública con la misma facilidad y certeza con que hacemos una cesárea.

Estamos ante un nuevo momento de la democracia. El poder ya no está en quién gana la elección, sino en a quién se elige como candidato y a quién se le otorgan los recursos para adquirir las herramientas tecnológicas que garantizan popularidad. Finalmente, así como los griegos excluían a los esclavos, la democracia contemporánea ha logrado apartar el problema del voto libre para dejar el poder en manos de una minoría a la que en verdad le interesa el tema.