Crimen vs Estado de Montecristi

Daniel Márquez

Se supone que el orden político y moral se impone siempre, a largo plazo, a las fuerzas del caos y la anarquía. Desde los teóricos de la antigüedad hasta el propio Charles Darwin advertían que los grupos que respetan las reglas —por más que parezcan ingenuos o bobos que desaprovechan las oportunidades— terminan imponiéndose sobre los pícaros amorales. Si con el paso del tiempo el orden de los buenos no se impone al de los supuestos malvados, no es porque la vida sea injusta, sino porque ese orden no sirve.

El problema de seguridad que enfrenta este momento Ecuador no es una pugna moral ni solo resultado de un mal gobernante, peor producto de alguna conspiración secreta. Es el enfrentamiento entre un sistema dominante en descomposición —el Estado de Montecristi, con todas su vertientes—  y una respuesta lógica en ascenso —el del crimen organizado y su gobernanza—. Mientras creamos que la forma de vencer esta lucha es apegarse al Estado actual y sus reglas, el crimen seguirá cosechando victorias.

El supuesto ‘orden’ actual solo ha generado setenta por ciento de desempleo o subempleo, tasas de natalidad que caen en picada, cientos de miles de migrantes, crecimiento económico nulo, una justicia emasculada, una clase política decadente y una cantidad creciente de drogadictos. Lejos de querer ser un país, el Ecuador actual solo aspira a ser un potrero proveedor de alimentos y minerales, poblado por una masa adicta a los dólares que le permiten importar hasta la última baratija. Su única esperanza de vencer es que, cuanto antes la mayoría de gente posible emigre, se mate o envejezca lo suficiente como para tornarse inofensiva. Mientras, sus rivales no tienen que preocuparse del régimen laboral, ni de la no regresión de derechos, ni del garantismo, ni de licencias ambientales, ni de inclusión, ni de políticas anticíclicas. ¿Quién tiene las de ganar?