Coraje en las Malvinas

Hace 40 años, en la mañana del 30 de mayo de 1982, al este de las islas Malvinas, seis pilotos argentinos se jugaron la última carta que le quedaba a su país. Tras más de doscientos kilómetros de vuelo rasante sobre el mar para evitar ser detectado, el capitán de corbeta Alejandro Francisco, a bordo de su Super Étendard, se elevó para que su radar pudiese fijar el blanco de la misión: el portaaviones HMS Invincible, corazón de la fuerza de tarea británica. Enganchó el blanco y disparó el último de los temibles misiles Exocet que le quedaba a las fuerzas argentinas. Los cuatro aviones de la Fuerza Aérea seguirían adelante, para soltar sus bombas; dos de ellos jamás volverían.

Hasta hoy los militares argentinos aseguran haber hecho blanco en el portaaviones, pero la victoria final británica constituye la mejor evidencia de que el ataque fracasó —de haber resultado hundido el Invencible, la fuerza de tarea hubiese tenido que retirarse—. No obstante, la incursión fue un digno colofón, a la altura del ingenio, la osadía y la bravura que demostraron los soldados argentinos en Malvinas, pero que la historia contemporánea tan mezquinamente les niega.  

Argentina luchó esa guerra no solo contra el Reino Unido, sino también con el colaboracionismo de Estados Unidos —que aportó armas e información determinantes— y Chile —cuya movilización obligó a dividir fuerzas— con los británicos; contra un desleal embargo — incluso la negativa francesa a entregarle Exocets ya pagados y retiro de técnicos—; y contra toda una ofensiva financiera y de inteligencia para impedir su aprovisionamiento. Pese a ello, los argentinos llevaron a cabo proezas que sus oponentes juzgaban imposibles —como el perfeccionamiento de técnicas de vuelo rasante y reabastecimiento en aire para atacar desde distancias teóricamente vedadas, o descifrar y adaptar sistemas electrónicos sin ayuda extranjera— y ocasionaron daños impensables.

Curiosamente, los británicos han demostrado siempre grandeza al reconocer la estatura del enemigo que enfrentaron en Malvinas y admitir lo cerca que estuvieron de perder la guerra. Pero en Latinoamérica, por viles intereses políticos, hemos construido y popularizado el dañino mito de una derrota apabullante.