Como Gulliver

Pablo Escandón Montenegro

Desde hace un buen tiempo, me incluyeron en el grupo de vecinos de WhatsApp, en donde hay casi un centenar de números telefónicos completamente desconocidos, pues soy relativamente nuevo en este lugar. Pero para nada es nuevo el ánimo y el carácter que prima en el grupo: como cuando Gulliver llegó a Liliput y conoció que ese reino mantenía una enemistad centenaria con Blefuscu, el reino enemigo.

Con cada publicación en el grupo, me siento como un extraterrestre, pues cada vez conozco menos al género humano y veo cómo liliputienses denigran a los de Blefuscu, tan solo por no pensar igual, y aún peor, por no tener lo mismo. Allí inicia un proceso de degradación social, de odio al distinto, de estigmatización al desconocido.

Pero en los Viajes de Gulliver, la disputa entre ambos reinos se origina por la forma diferente en cómo rompen los huevos hervidos: por la parte ancha, los unos, y por la parte cóncava, los otros. Al igual que este enfrentamiento polarizado, los vecinos y vecinas imponen su religión, su forma de vida y sus enemigos.

Ellos y ellas viven en los polos, donde el equilibrio, el punto medio no existe. Ni parece que el ser ecuatoriano, es decir, que vivamos en el centro del mundo, los motive a aceptar lo diverso, lo complementario, lo que está entre los polos.

Y es que así estamos en esta sociedad, en donde si no se piensa como la mayoría, o como esta pequeña minoría, se está atentando contra ellos. Y sus expresiones son tan virulentas como una bomba o un balazo; todo porque no se rompe la cáscara del huevo como ellos y ellas lo indican.

Desacreditar al otro, insultar al que no piensa igual, sobajar al que tiene una ideología diferente, son solo los inicios de una intolerancia que nos puede llevar a una guerra interna, pues ya en los propios grupos telefónicos, se conminan a no ser tontos y a ser tan inteligentes como ellos.

El gregarismo digital y ubicuo de las plataformas muestran el ánimo de los grupos, que a la final no son culpables de ser así, porque provienen de una descomposición social de siglos, pero que no la notan, como los zombis no se dan cuenta de que están muertos.

Gulliver estuvo de paso en la guerra entre Blefuscu y Liliput. Nosotros estamos aquí, entre los polarizados, y no somos pasajeros en esta situación, y, por lo tanto, debemos modificar las actitudes de quienes se sienten con la verdad última, sean de un extremo o de otro. Dialogar, conversar y respetar al otro es indispensable para una democracia y una vida buena. Lo más peligroso es no querer cruzarse con el vecino porque no piensa igual que uno.

Gulliver regresó a su casa luego de conocer estos mundos maravillosos, pero como lo tomaron por loco, nadie reconoció que sus historias se podrían repetir: como el nazismo, el fascismo, la limpieza étnica, que nacieron de esas formas de creerse superiores frente a los diferentes.

Si seguimos peleando como liliputienses y blefuscanos, seremos tan pequeños e insignificantes, que las nuevas generaciones serán aún más aisladas entre sí y pensarán que el mundo existe solo en su burbuja de quienes son iguales a ellos, y verán al otro como un zombi, un vampiro, al que hay que atacar y matar.

Gulliver no estaba loco.