Cohabitar con las ratas

carlos-freile-columnista-diario-la-hora

Carlos Freile

No me refiero a convivir con las ratas abundantes en los medios políticos, ni en los ámbitos judiciales, ni en los conciliábulos para perpetrar fraudes, a los que tan acostumbrados estamos los ecuatorianos; no, no hablo de ratas humanas, sino de las otras, animales cuyo nombre científico es ‘Rattus Rattus’, ‘Rattus Norvegicus’… Iba a escribir “ratas comunes”, pero las otras, las de dos pies, también lo son, basta dejar que nuestras narices perciban sus miasmas.

La alcaldesa de París ha planteado una iniciativa novedosa, muy aplaudida por ciertos grupos animalistas franceses: que los dos millones de parisinos aprendan a cohabitar con los seis millones de ratas que infestan la ‘Ciudad Luz’. Desde hace varios meses los periódicos publican fotos de grupos de esos roedores de paseo por los jardines cercanos al Louvre, con personas sentadas a pocos pasos. La alcaldesa ha afirmado que esas ratas no son un problema sanitario (¿se podrá afirmar lo mismo de las nuestras? Sobre todo si se tiene en cuenta las plagas morales que nos agobian sin visos de remedio).

Sin embargo, la gente no animalística se pregunta si esos seis millones de roedores vivirán del aire, si no consumirán ningún alimento; si han dejado las alcantarillas y los depósitos de basura, ¿será porque ansían conocer mejores ambientes o tal vez porque su número ha crecido tanto que deben buscar el sustento cada vez más cerca de los seres humanos? La diferencia genética con las ratas de oficina pública estriba en que estas desde siempre han convivido con la especie humana y la han parasitado de forma irreversible. Da pena que París se haya ratizado, si se me permite el neologismo, pero produce angustia que nosotros hayamos aceptado casi con entusiasmo el convivir con los roedores de escritorio. Además, los tímidos ratoncitos de campo anhelan transformarse en agresivas ratas de alcantarilla. En París grupos animalistas exigen la prohibición de los raticidas, entre nosotros acogemos a las ratas con honores y les cedemos los espacios desde donde nos transmiten sus plagas y devoran nuestro presente y porvenir.