¡Hipócritas!

carlos-freile-columnista-diario-la-hora

Carlos Freile

El número de los sepulcros blanqueados es tan grande como el de los tontos, parafraseando a la Sagrada Escritura. Esos hipócritas de tomo y lomo abundan en todas las latitudes como sabemos. Hace unos días estalló en España un sonado escándalo, aireado por los medios, por un beso abusivo dado por un señor con algo de poder a una deportista. Las condenas han llovido desde todos los ángulos de la piel del toro. La marea recriminatoria tiene razón de ser por el abuso que la acción rechazada significa, sin embargo, no es posible apartar la mirada de otra realidad frecuentísima por esas latitudes y que no merece la repercusión multidimensional que el socorrido beso: casi no pasa día en que en España no se denuncie un violento ataque sexual perpetrado por inmigrantes musulmanes, legales o ilegales, con la consecuencia catastrófica y permanente para cada una de las víctimas, ya no famosas, pero sí mujeres merecedoras de la solidaridad completa de sus connacionales, de los de arriba y de los de abajo. Pero frente a estos hechos hacen mutis por el foro, callan y miran para otro lado: ¡Hipócritas!

En nuestro Absurdistán, como lo llamó un conocido investigador, también hace poquísimos días, un juez ha condenado a una mujer a tres años de cárcel por haber “asesinado” a un perro. Ha merecido el aplauso de otra serie de hipócritas, quienes se conduelen por la matanza (no asesinato, quede bien claro) de un animal y al mismo tiempo aplauden el asesinato (este sí, con todas sus letras) de seres humanos indefensos e inocentes en el vientre de sus madres. En este caso, el de los nonatos asesinados, no miran para otro lado, no, aplauden y vitorean. Si toda vida es valiosa y debe ser respetada, protegida, amparada, incluida la de perros, gatos, cucarachas y ratas, ¿por qué defienden el asesinato de personas humanas? ¡Hipócritas!

¡Cuánta razón tenía Chesterton cuando clamaba que llegará el tiempo en que habrá que desenvainar la espada para afirmar que la hierba es verde! No me importa que me caigan a palos, pero debo señalar que detrás de estas hipocresías se esconde una falta de racionalidad: las gentes se dejan llevar por los sentimientos y las emociones, claudican de su condición de seres racionales. Lo dicho: vengan palos.