Cuando el filósofo, semiótico y novelista Umberto Eco escribió su texto Apocalípticos e Integrados dividió al mundo en quienes se adecuaban a las transformaciones y en quienes nunca se subían a una tendencia y seguían con su camino trazado. Desde la teoría esto estaba hipotéticamente bien, pues cada uno de ellos tenía sus razones, argumentos y posturas que nunca las cambiarían, ya que era su opción de vida.
Hoy, luego de un año de haber cambiado la forma de trabajar en las universidades, investigando y ejerciendo la docencia, los apocalípticos aún existen, pero desde su integración a lo que nunca dijeron que harían: la digitalización.
A regañadientes se suman a las clases telemáticas, sabiendo que si no lo hacen, no hay forma de ejercer ese dominio intelectual sobre sus discípulos, pero también con la consigna de decir que lo que se está realizando no es lo adecuado, no es el escenario perfecto, pero tampoco lo era el anterior.
Desde el uso de las tecnologías ya no las satanizan, pero tampoco les otorgan los beneficios que les entregan y miran en ellas una receta única que la quieren aplicar a todo nivel y en todo momento, como si las usáramos de la misma manera.
Es verdad que no estamos en un escenario ideal ni es el más idóneo, pero es el que tenemos y saber adaptarnos a él es la verdadera inteligencia del ser humano, como cuando adecuamos nuestros espacios de ocio y descanso o el asiento del auto, pues nadie maneja igual que otro ni tiene el mismo dormitorio.
En este año hemos aprendido que cada grupo tiene una dinámica diferente y que no podemos uniformar las aulas virtuales, tampoco la forma de dar clase. Hoy vemos que necesitamos más espacio de diálogo y conversación, al contrario de la entrega de información. Nos damos cuenta que ser apocalíptico no es una buena opción, pues es ser derrotista y no saber usar y adaptar las herramientas para solucionar en algo esta crisis.
Ser apocalíptico es no complejizar la realidad, ser integrado no es aceptar todo sin más.