Disfraz y sainete

Alfonso Espín Mosquera

La función legislativa, llámese congreso o asamblea, es la institución del Estado en la que se legisla y fiscaliza. Las diferentes posiciones políticas de sus miembros son válidas en un mundo democrático serio cuando significan discrepancia de ideas y acuerdos que benefician al pueblo que es quien elige a esos representantes, para que se convierten en sus mandatarios.

Los proyectos de ley y las varias normativas en favor del desarrollo social, económico, del bien común y de la vida próspera y armoniosa de un pueblo, deben partir de ese organismo legislativo, por lo que es deseable que sus miembros sean personas honestas, de conducta intachable y buenas costumbres, quienes guiados por la experiencia en sus distintas provincias, trabajen honrada y éticamente por el país y su gente.

Desgraciadamente, el mal desempeño de las funciones de los asambleístas, la poca monta moral de muchos de ellos, la vulgaridad y deshonestidad que han demostrado cuando se cambian de una tienda política a otra, rompiendo las formas ideológicas mínimas, vendiendo sus votos por cuantiosas sumas de dinero, alineándose no por convicciones ni en favor de las mayorías necesitadas, sino por órdenes de sus líderes que persiguen intereses personales y más escándalos bochornosos, han generado la peor imagen de esa función del Estado.

Nada más patético y ridículo que una asambleísta de la Revolución Ciudadana, se le ocurra “disfrazarse” de madre de la Plaza de Mayo, asociación de mujeres madres y abuelas, nacida en 1977, quienes se unieron para reclamar por sus hijos y nietos desaparecidos en la dictadura de Videla y se han convertido en ejemplo de resistencia y lucha ante el dolor de la muerte, tortura y desaparición de miles de jóvenes argentinos en esa época.

Nada más grotesco entonces que una política quiera emular a las dolidas y gloriosas madres de la Plaza de Mayo, en favor de un sujeto que no está ni muerto ni desaparecido, pero sí sentenciado por dos delitos: asociación ilícita y cohecho, e investigado por beneficiarse de los fondos destinados a la atención de las víctimas del terremoto de Manabí en 2016.

El mismo Jorge Glas, por quien se ha puesto “tungo” esta asambleísta, es el que está mencionado todos los días en el juicio que se ventila en los Estados Unidos en contra del ex contralor Pólit, y se lo nombra como parte de los beneficiarios de 55 millones de dólares que habría entregado Odebrecht a los funcionarios del gobierno de Correa, en calidad de sobornos, para favorecer y tapar fechorías en perjuicio del Estado ecuatoriano.

Invocar, como hace la asambleísta disfrazada, a la madre Teresa de Calcuta, a Martin Luther King y vestirse como madre de la Plaza de Mayo, es una afrenta a la razón y a la memoria de los miles de desaparecidos en la Argentina de esos tiempos y, desde luego, a la moral de los ecuatorianos, porque significa burlarse de justicia, tratar de “darnos en la cabeza” y de deformar la verdad queriendo convertir a Glas en una especie de mártir, que si no hubiera sido por la valiente decisión de capturarlo en días pasados, ahora estaría brindando y gozando, junto a todos los demás prófugos que, por el auxilio de su compinche político mexicano, viven a gusto por allá.

¿Qué pasará y dirá la disfrazada cuando se ventile definitivamente el juicio contra el excontralor Pólit y este cante los nombres y verdades?

Los ecuatorianos no pagamos el sueldo a los asambleístas para que hagan sainetes en defensa de delincuentes con sentencias ejecutoriadas, sino para que trabajen con seriedad y respeto en favor de los ciudadanos que les dieron el voto.