La sociedad de la tolerancia

Alfonso Espín Mosquera

La tolerancia es un signo de estos tiempos. Todo es dable, permitido y respetado. A la vez hay un vuelco de la gente, pertenezca a la generación que pertenezca, desde los llamados Baby Boomers hasta los Centennials y aún más, como práctica hereditaria para los más pequeños, hacia las dietas veganas, el apego a la fauna urbana y, en las generaciones más jóvenes, la desaprensión total en cuanto a las diversidades sexuales e identidades de género.

Ciertamente el mapa de identificaciones es muy amplio, como para fácilmente perderse en las diferentes rutas y recorridos que la pluralidad toma en sus diferentes percepciones, introspecciones o realidades personales, de la inmensa diversidad que se compone y entiende la sociedad actual.

Tan grande es la posibilidad que a tempranas edades muchos adolescentes toman partido por alguna identidad que les otorgue popularidad, pues la simple división entre género masculino y femenino, peor todavía la clásica visión de hombres y mujeres, es despreciable en varios medios sociales, sobre todo escolares y universitarios.

Es innegable el señalamiento y discriminación que las identificaciones extrañas a estos dos tradicionales géneros produjeron en el pasado. El bullying que los acosadores han infringido sobre las personas que ellos creían que no encajaban en un grupo de referencia, había sido brutal y enfermizo y desde todo punto de vista condenable.

También se han dado cambios profundos frente a la relación y trato con los animales. Divergencias extremas frente a lo que pasaba antes. Hoy es común mirar a jovencitas y muchachos trotar o salir a pasear en compañía de canes mestizos, “runitas”, desde luego adoptados, como un signo de responsabilidad, pues de hecho han proliferado los albergues caninos y felinos.

A esto último se junta una tendencia, cada vez mayoritaria, por las alimentaciones veganas, esto es la decisión deliberada de no incluir en la dieta ningún producto de origen animal.

Como vemos, estamos en una sociedad anclada entre la diversidad de preferencias sexuales, el amor por los animales y la alimentación que descarta la carne, huevos, leche y otros, atravesada transversalmente por una tendencia definitiva a la tolerancia sin límites, sin tomar en cuenta las existencias basadas en la virtualidad, que nos han llevado a no disfrutar de la vida sino a vivir para exhibirla.

No hay nada en contra de esta nueva forma de vida, pero quizá siempre es válido reflexionar si las diversidad de elecciones en cuanto a las identidades de género no son producto de una “moda” o estereotipo que exige la sociedad actual para ser aceptados en ella, o si saludable el amor por los canes y felinos, supera las consideraciones a los propios seres humanos, pues mientras las mascotas reciben atenciones sin límites, hay personas en la indigencia y con vidas indignas. Lo mismo vale preguntarse, en cuanto a las dietas actuales que no consumen proteínas animales, si no son producto de estilos del momento para ir con el grupo social al que se quiere pertenecer.

Francamente si las circunstancias de las que hemos hablado se dan por hábitos actuales y costumbres foráneas de la moda, estas se vuelven frágiles y peligrosas, pero lo más grave sería que la tolerancia solamente se exija para respetar estas nuevas formas de existir y no para quienes piensen diferente, pues por defecto todos los pensamientos y adopciones de vida merecen la misma consideración.