A pesar de la tecnología

Alfonso Espín Mosquera

Vivimos un mundo inmerso en la tecnología, en el que suena la denominada  ‘inteligencia artificial’, como una especie de acontecimiento que se pone a las puertas, sí o sí, de todos los seres humanos.

De hecho gran parte de la población actual ya es nativa digital y ha superado décadas atrás la utilización de los medios tradicionales con las redes sociales; de igual manera, ha consolidado nuevas formas de entretenimiento digitales, que con seguridad han cambiado no solamente los comportamientos humanos, sino también sus condiciones anatómicas por las posiciones que adopta el nuevo ser humano ante la pantalla de un computador o los divertimentos de sus teléfonos móviles.

Varias décadas atrás, en un bus de transporte urbano, era común ver a los pasajeros sostener un radio de transistores de bolsillo pegado a los oídos, para escuchar música o alguna programación especial; más tarde, llevar audífonos en sus oídos, los mismos que estaban conectados con un cablecillo a un teléfono celular para fines similares a los anteriores; hoy lo normal es tener audífonos inalámbricos para gozar de las posibilidades tecnológicas de los móviles de última generación.

La comida actual está circunscrita a las alienantes actividades de las urbes y se ha perdido en gran parte de la población la noción tradicional de un almuerzo que signifique sopa, segundo, postre y jugo, en compañía de los seres queridos; lo común es mirar a los habitantes posmodernos portar sus alimentos, a manera de un lunch, bajo parámetros dictados por la nutrición de moda.

Los comportamientos sociales también son particulares y orientados a lo ecológico y con un fuerte apego al cuidado de los animales, a realizar ejercicios, al  yoga o a otras prácticas orientales que cada vez nos deslumbran más.

Una nueva conciencia colectiva dicta sus reglas entre nosotros: hay que adoptar canes, felinos; no hay que comprarlos. De hecho es común mirar en nuestras ciudades muchachos trotando junto a sus mascotas mestizas.

La verdad es que los estereotipos han existido siempre y también ahora, salvo que hoy han variado hacia el impulso que dicta el mundo exterior, fácilmente al alcance, por las condiciones de globalidad tecnológica.

De hecho en este nuevo universo los ‘influencers’ se vuelven cada vez más importantes en las decisiones de sus seguidores y la virtualidad es ‘más real’ que la propia realidad. Hay el peligro de gozar con nuestras amistades virtuales y de soslayar a los congéneres que tenemos junto a nosotros.

No sabemos realmente el límite, si es que existe,  de estas formas de existencia ancladas en la tecnología, pero cualquiera que sea la senda por la que vayamos, debemos tener siempre claro nuestra condición humana por sobre todo, para de vez en cuando reconocernos de carne y hueso y con capacidades de contactar personalmente con los demás y, sin olvidar los derechos de la fauna urbana, por ejemplo, pensar también en los congéneres como seres fundamentalmente necesitados de condiciones básicas para vivir.

De igual manera la sociedad debe velar por mantener valores que no son negociables por muy global que sea nuestra existencia sobre las pantallas de un ordenador. La honestidad y el respeto a los demás son la condición definitivamente necesaria para convivir con armonía y bienestar y en ese cometido se debe legislar y se deben comprometer los gobernantes y políticos, de lo contrario no tendremos la vida que ofertan en sus campañas electorales.