Esmeraldas: el mensaje que hay que escuchar

Ya en la terrible masacre, vivida tras los amotinamientos que ocurrieran en meses pasados en las cárceles, corrió la noticia enviada por uno de los jefes de un cártel, diciendo que Ecuador sería testigo de gente colgada en los puentes, tras haber sido varios de sus líderes asesinados en el centro de privación de la libertad. En Esmeraldas ha ocurrido algo similar: el mensaje que recibió la ciudad fue de “no trabajar durante el sepelio de uno de sus líderes”.

La Alcaldesa de la ciudad que, como dijo en una entrevista radial, trabaja en una casa porque no hay la infraestructura física que merece todo municipio, ordenó a sus empleados el cierre de las precarias instalaciones municipales, y de igual manera, frente a los disparos al aire, procedió la ciudadanía a cerrar los negocios.

La costumbre en la Costa, y no se diga en Esmeraldas, es llevar a los difuntos por las calles y culminar, por lo general en una reunión final, también en la calle, para celebrar la partida a una mejor vida. Las autoridades nacionales deben entender, como con prudencia, sensibilidad —-y por supuesto con susto y frustración— lo hizo la ciudadanía esmeraldeña, el mensaje que busca se respete —en este caso, en el tránsito a su última morada de algún familiar o amistad— pero fundamentalmente el de que la pobreza, la exclusión, y los fenómenos narcodelictivos surgen en una sociedad donde muchas autoridades disfrutan —sin bala—, un cóctel “de cuello blanco”, pero que requieren sensibilizarse, con trabajo de campo, en territorio, y entender las necesidades de provincias como la bella, valiente, emprendedora y rica culturalmente Esmeraldas, acostumbrada a que, como fuera testigo el suscrito, tengan sus autoridades que sufrir la mala atención de las autoridades en Quito —casi siempre las de «libre remoción»—, o que sus proyectos económico sociales, incluidos en canastas de proyectos, sean postergados. Aún recuerdo el comentario de un gerente del Banco del Estado —de «libre remoción»— decir: “yo a esos pelucones no les voy a dar recursos” —refiriéndose a los dueños de hosterías en Tonsupa, Atacames, Suá, olvidándose que en esa provincia, particularmente en Muisne, en Eloy Alfaro —Borbón— vive además enorme cantidad de gente excluida, que tiene derecho al agua y alcantarillado por tubería y tantas otras necesidades insatisfechas, para poder emprender, producir, salir de la pobreza. Los pobres, los excluidos del Ecuador, aquellos que han pasado, en varias ciudades del país a engrosar bandas armadas, están enviando, cada vez con más fuerza y “signos”, un mensaje a la población, y particularmente a las autoridades ecuatorianas. Aún estamos a tiempo de situar, sin duda alguna, presupuesto para educación, salud, protección económica a las madres abandonadas por padres irresponsables y mejoramiento integral de los barrios pobres del país —que son la mayoría—. Se precisa más recursos para igualar las oportunidades, y el monopolio de la fuerza en la Policía y Fuerzas Armadas, no en la población civil —que sin lugar a dudas libraría una desigual lucha en ese terreno—. Nuestro Ecuador va a salir adelante.

Diego Fabián Valdivieso Anda