Sentidos

Bohemia, pintor y escritor quiteño: Héctor Estrella
Bohemia, pintor y escritor quiteño: Héctor Estrella

La memoria infinita de un cuerpo finito

Conforme pasa el tiempo el cerebro procesa los recuerdos, los recupera de los compartimentos de la memoria. Unos están tan latentes y manifiestos, otros proscritos, porque su sola presencia nos remueve, nos duele, nos evidencia y nos retrocede en esa línea del tiempo carente de conciencia.

La imagen sale de su oculto refugio, expidiendo vitalidad, contradiciendo con la temporada baja a la que estaba obligada e inunda con sus olores todos los sentidos, los colma, los revienta en sudor, los reincorpora, los actualiza y penetra en cada poro devolviendo la humedad perdida, ansiada y lujuriosa.

Miradas

Surge el ceremonial para exiliar el recuerdo y ha de provocarse la revolución del cuerpo, aquella que Gaston Bachelard llamaría movilidad espiritual, portadora viva de ese ser que encontró su par adelantado y ahora lo busca, cuerpo sinérgico, solo cuando se halla melódicamente compartido y extenuadamente apegado como si fuese parte de un solo conjunto sin partes. Esa necesidad armoniosa Pilles Deleuze y Félix Guattari llamarían contrapunto, relación pletórica, compleja que se funde en el pensamiento.

Cada contrapunto une espacio – tiempo – espíritu – disposición – cuerpo – sensación en coordenadas totalmente exactas, irremplazables; a la vez esa invasión o penetración ajena de espacio Raoul Uban llamaría contra – región, en otras palabras el territorio se desterritorializa, se exilia así mismo y el cuerpo manifiesta su necesidad de evidenciarse con lo que le falta, con lo que lo compone, con lo que ocultamente le ha dado vida. Los brasileros mitificarían aquella hermosa palabra del saudade que no tiene traducción en el español y que casi vendría a ser la nostalgia extendida en el tiempo y que tiembla de presenciarse así misma.

Formas

El cóncavo de su silueta experimenta la ansiedad de su convexo, el cuello entorpecido por algún rumor se balancea conspicuo a la espera de la calidez y humedad de unos labios, brazos y manos expectantes a las caricias ausentes se extienden anhelantes para sobrecogerse cansados de la espera, piernas y pies sin brújula, aletean enardecidos sin destino, vientre y plexo transmigran sus pálpitos en concupiscencia, la línea fina de aquella llanura fértil de la espalda se ha quedado sin horizonte, y el ámbar flotante de sus paredes abandonadas corre el riesgo de no encontrar puerto, de caer en la nada, de no fluir hábil, secreta y perfumadamente.

El cuerpo se revela, inicia su revolución interna, cada nervio busca yuxtaponerse, hendirse, acicalarse y solo se encuentra con la memoria; habrá entonces que hacer una tregua entre el tiempo y el cuerpo que se humaniza así mismo, entregándose memoria, reclamando su validez como interlocutor de la pasión, de la entrega, del delirio de ese territorio que aunque se traduzca diferente, independiente jamás ha terminado de irse mucho menos de pertenecerse.