A punta de lápiz

Efraín Villacís
Efraín Villacís

Gustavo Salazar Calle – Un caballero gótico

Decían que Gustavo Salazar Calle era feo cual gárgola y majestuoso como una catedral gótica. Más de una dama se embriagó con su voz poética cuando escuchaba que era más hermosa cuando calla y, en el silencio, los dedos ávidos recorrían la piel en busca del sitio donde acertar el beso. Dedos que aún pasan páginas de múltiples libros para detenerse en el párrafo preciso que contiene la información buscada. Desde siempre Salazar Calle ha sido un descubridor, pesquisa bibliográfico sin gafas de sol y sin ánimo de tortura, excepto la propia cuando el dato escondido no aparece por asuntos de teoría literaria porque él llega a Vargas Llosa pero no a Bajtin, aunque ha pernoctado con Vargas Vila y Pío Baroja, y muchos más, promiscuo siempre como buen amante de los libros.

Hijo de relojero este quiteño, crecido en el sur del país y ahora residente en Madrid, es minucioso hasta el vicio en cada una de sus investigaciones, a veces, cuentan sus lectores, sobreabunda en sus notas al pie y parece sabio pedante, pero en realidad, en lo suyo, es un erudito pendenciero, claro que la ciencia que maneja es casi una entelequia porque ha sonado como un experto en epistolarios y jamás ha escrito una carta decente a sus cofrades, aparte, quizás, de alguna nacida, en el abandono de una playa valenciana, por la nostalgia de un amigo en la voz a ti debida.

Gustavo ha ejercido varios oficios y todos ellos alrededor de los libros, excepto más de un par, decentes pero ridículos en él, cuando viajó a tomarse España, no por el país, sino por la mujer que se le adelantó, su hija Sofía. Por bibliotecario ha sido llamado Obispo, y en alguna reunión social, este serio joven, secundado por algunos penitentes, entre ellos don Simón Espinosa Cordero, corrieron la voz de que era el más joven Obispo del Ecuador y de América y aún no le entregaban el anillo de la dignidad. Vestido de gris y gracias a sus ademanes elegantes, charla sabrosa, informada y libresca, la broma caló como una verdad absoluta, hasta que el joven Obispo devino en fray Papas porque se bebió toda la cerveza y se acabaron las bendiciones sin ninguna consideración de la feligresía.

Salazar Calle ha conocido a medio mundo de la cuadrícula cultural de nuestro país y de las otras también, y lo conocen por inteligente y generoso, mal carácter y orgulloso como un gran p(r)elado debe ser. No existe una biblioteca que no lo haya tenido rebuscando, hurgando y encontrando. En Quito todas y en especial las conventuales de Santo Domingo y La Merced. Fue el primero en inventariar la biblioteca de Benjamín Carrión y allí inició exhaustivas investigaciones acerca de este importante escritor lojano, cuyos resultados se han publicado: un epistolario, dos antologías y una bibliografía que han sido la base para las siguientes investigaciones realizadas acerca de Carrión y otros autores ecuatorianos.

Fue parte de una ‘banda de pendencieros’ intelectuales, entre ellos Cristóbal Zapata, Roy Sigüenza, Raúl Pacheco, Raúl Serrano, Paco Benavides…, más tarde J. C. Moya, F. Estrella, J. L. Galván, J. L Serrano, C. León, C. Chávez, los pintores E. Madrid, T. Ochoa, J. Baca… y el duende Edgar Freire. Pasaron, primero por el cuartito azul en La Ronda, luego por su hogar, en la calle Ambato, una de las más interesantes bibliotecas quiteñas reunidas por un joven bibliómano hasta la actualidad. Su sala, con chimenea de piedra siempre apagada, fue el espacio que encendió discusiones, reclamó juramentos, permitió algún número de trompadas y más de un idilio, una gran amistad.

Regresa el Obispo por un mes, con un libro bajo el brazo: César E. Arroyo y Benjamín Carrión, un epistolario más, aparte de otros proyectos. Dicen que ha engordado, viene con el misterio de sus andanzas, el terror de sus diatribas, la bondad de su sonrisa y la generosidad de su inteligencia, ojalá descubierta de la capa española, y con la misma sed para otra noche de bohemia, joder