Álvaro Peña Flores
Quinientos veintinueve años han pasado desde que los españoles avizoraron tierra americana en las costas de las Antillas, en primera instancia esta fecha era celebrada como Día de la Raza, hoy tiene diferentes connotaciones desde el nombre con que se conmemora hasta las diversas posiciones que muchos han adoptado frente al impacto que generó la conquista. En Ecuador, desde el 2011, esta fecha se celebra como Día de la Interculturalidad y la Plurinacionalidad.
Las masacres, la explotación y expropiación de los recursos naturales, las violaciones a las mujeres y a los hoy llamados derechos humanos y, la propagación del catolicismo, han sido sin duda los mayores efectos que se han vivido y según cuenta la historia, lo que ha demarcado el sentido último de la conquista española.
Al descubrimiento le sigue la conquista, es decir, adentrar en el misterio de la cultura para poder entenderla y convivir en paz y armonía. Son innegables las atrocidades que de ambas partes se vivieron, como también es innegable el adelanto que América tuvo luego de la conquista. Nada se ha justificado, quizá en su momento tuvo un buen fin, cuyo efecto hoy se lo puede valorar.
Lo que sí está claro es que hubo la transfusión de un ideal: el ideal personal del hombre libre, que no se ha hecho para ser sacrificado ante ningún hombre, ni siquiera ante ningún dios. Libertad que rompe los regionalismos, que se han agudizado con los cambios de régimen político y la distorsión de la religiosidad que ha dañado el corazón de la hispanidad.
La raza o hispanidad, es algo espiritual que trasciende sobre las diferencias biológicas y psicológicas y los conceptos de nación y patria; es la esencia inmanente que eleva al hombre a las alturas de la trascendencia, que supera todo progreso y bienestar material. La conquista no es sinónimo de predominio, sino de una convivencia y una colaboración en que se prospere y se abrillante el genio de conquistados y conquistadores.