La catástrofe medioambiental y el automóvil

La catástrofe medioambiental en curso debería hacernos reaccionar con fuerza (el cáncer de piel producido por el adelgazamiento de la capa de ozono debido al efecto invernadero creció 13 veces en los últimos 20 años); pero la fantasía de tener el automóvil propio se sigue imponiendo -o nos la siguen imponiendo-.

Visto en esa perspectiva, entonces, el desarrollo al infinito de más y más automóviles, si bien abrió fantásticas posibilidades en el campo de los desplazamientos -repetimos: ¡a todos nos gusta viajar!, nadie habla de coartar ese derecho-, trajo aparejados problemas profundos que, hoy por hoy, no reciben el tratamiento adecuado.

La industria automovilística va de la mano de la industria petrolera. Tenemos ahí dos de los más grandes factores de poder en el mundo. Levantar voces críticas contra las «catástrofes» que esa maquinaria industrial produce es enfrentarse contra poderosos gigantes dispuestos a todo para continuar sus negocios.

Sabemos que buena parte de las guerras del siglo pasado y del presente se debieron al aseguramiento del petróleo por parte de unas pocas potencias capitalistas. Seguir consumiendo automóviles es alimentar la industria petrolera y todo lo que ella conlleva.

¿Qué hacer entonces? De lo que se trata es de no repetir y superar errores del pasado. Sin dudas entre muchas de las cosas que habrá que revisar están los patrones del consumo que nos legara el modelo capitalista: consumismo irresponsable, banal, consumo no en función de llenar necesidades sino sólo por inducción publicitaria. El automóvil, sin lugar a dudas, cae bajo estos parámetros.

En un país petrolero parece chiste de mal gusto preocuparse por el valor del combustible, o por su posible escasez. Pero el problema del petróleo es algo que toca a todos en todo el planeta, sin excepción, aunque a lo interno del país no se registre como tal. Por otro lado, los problemas generados por el desarrollo capitalista del automóvil como bien de consumo individual también aquí están presentes.

La catástrofe medioambiental que ocasionan las emisiones de dióxido de carbono de los motores de todos los automóviles así como los accidentes que no dejan de aumentar, también son cosas que tocan a Ecuador. Por supuesto que a ello se agrega el caos vehicular de la ciudad de Quito y Guayaquil, verdadero infierno sin posibilidad alguna de solución engrosando cada vez más el parque vehicular y donde las perspectivas del
asunto son de empeoramiento, nunca de mejora.

Como dije anteriormente: colocarse contra el desarrollo técnico puede ser retrógrado, conservador, absolutamente cuestionable. Sin embargo, con relación al curso que tomó la industria automovilística hay que abrir urgentes consideraciones: no se trata de «estar en contra» sino de ser coherentes.

Nadie en su sano juicio podría estar contra el mejoramiento de los transportes terrestres, pero sí hay que criticar severamente el modelo de automóvil individual en detrimento de los transportes colectivos que la corporación automotriz mundial ha impuesto. La historia del siglo XX nos muestra con palmaria evidencia que el fabricado anhelo de automóvil propio para todos, es una locura.

Si en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos, meca del consumismo capitalista (ahí está precisamente Hollywood, la principal fábrica de sueños del mundo) hay nueve millones de automóviles, es decir: uno por habitante, eso no sirve como paradigma del transporte terrestre para toda la humanidad.

No sirve, por la sencilla razón que para mover esa enorme maquinaria es necesario una depredación de nuestra casa común, el planeta Tierra, de consecuencias catastróficas. El mundo en modo alguno podría resistir 6.500 millones de automóviles circulando al unísono. Colapsaría en unos tres días, así de simple.

¿No es infinitamente más racional desarrollar eficientes medios de transporte público? ¿No logra muchos mejores resultados en términos de política sanitaria, urbanística y de desarrollo sustentable en el tiempo una buena red de medios colectivos (autobuses, trenes, trenes subterráneos, trenes de alta velocidad) que un solo motor contaminante por cada persona que se debe desplazar?

Sin dudas la tendencia más sensata, más racional, armónica y equilibrada en el campo de las comunicaciones terrestres no puede tener su aliado en el automóvil individual. Por el contrario -y si de construcción socialista se trata, de nuevos paradigmas, de una nueva cultura de la solidaridad y de lo comunitario- la energía debe ir destinada a la priorización de lo público colectivo sobre lo individual en temas de interés general como son los transportes.

Producto de ya largos años de cultura «automovilística», el modelo capitalista en juego asocia «progreso» con tenencia de automóvil personal. Y cuanto más caro, más lujoso y prestigioso, mejor. ¿Podemos seguir levantando esos valores desde una ética socialista?

Producto también de largos años de cultura consumista (y por tanto locamente depredadora), en Ecuador seguimos con los viejos esquemas de «carro = éxito», «transporte público = pobretón». El furioso mercadeo de los fabricantes de automóviles de ya varias décadas nos traza el camino; el transporte público, más aún luego de los terribles años de neoliberalismo que barrieron el planeta, pasó a ser mala palabra. La constante prédica mediática se encarga de hacer el resto.

Pero acaso,¿Estamos realmente condenados a seguir los dictados de la gran empresa capitalista o tenemos que inventar algo nuevo? ¿Vamos a seguir repitiendo eternamente que «los servicios públicos son ineficientes»? Pero acaso… ¿podemos llamar «eficiencia» el desarrollo exponencial del automóvil privado como única respuesta a la necesidad de movilidad cuando ello presenta todos los problemas mencionados? ¿Quién dijo que lo público no puede ser excelente, eficiente, hermoso, y además de todo eso: solidario?
¿Nos vamos a creer realmente que «tener carro marca nuestro nivel», o podemos dar un paso revolucionario de verdad en este sentido?

Patricion Varsariah.
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En esta vida se pueden hacer muchas cosas… después no.

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