Después de las elecciones

Algo más de nueve millones de ecuatorianos han concurrido a las urnas para elegir a 130 asambleístas cuya misión será redactar una Constitución con la que el presidente Rafael Correa pretende enfilar a su país hacia el llamado socialismo del siglo XXI.

En tal afán y luego de un intenso período de propaganda y difusión de especies relativas a un supuesto preparativo de fraude, 3.229 candidatos buscaron hacerse de los escaños de la Asamblea, respaldados por el gobierno en su mayoría, mientras que la minoría opositora lo hizo notoriamente fragmentada, en un marco de polarización similar al que se observa en Venezuela y Bolivia.

Para nadie es desconocida la crisis institucional que ha padeció Ecuador hasta la asunción de Correa a su primer magistratura, mediante comicios populares en los que su oferta de cambio y regeneración, fue determinante, tomada nota del desprestigio y la pérdida de credibilidad de los partidos tradicionales y sin embargo de no haber contado con una organización política estructurada.

Tampoco es secreto, a estas alturas, el significado de dicha propuesta, develada a poco del triunfo electoral del mandatario, la cual no es sino una adhesión al discurso y los objetivos del coronel Hugo Chavez en Venezuela, como en su tiempo ocurriera en Bolivia y más adelante en Nicaragua, cierto que allí con caracteres de momento menos estridentes, en una corriente contestataria del orden mundial prevaleciente inspirada en la ejecutoria de Fidel Castro en Cuba.

De ahí, en efecto, el mensaje populista, convocatorio de la masa iletrada y ávida de justificadas reivindicaciones, aunque al parecer todavía exento del timbre destinado a promover la confrontación violenta con los otros sectores de la sociedad ecuatoriana ni, lo que es peor, el revanchismo en uso sobre todo de diferencias étnicas, factores desencadenantes de la incertidumbre y la inseguridad en lo interno, y de la virtual puesta en cuarentena del Estado por los centros exteriores de donde provienen las inversiones.

Por si fuera poco, la iniciativa de la reelección presidencial indefinida por conducto de la entelequia de los movimientos sociales, se inscribe también en la misma línea, como elemento que pone en evidente duda la suerte tanto del sistema democrático de gobierno, como de los derechos ciudadanos en su depurada concepción contemporánea.

Hago votos para que en la Asamblea Constituyente se sobreponga la lucidez y prudencia a la irracionalidad. Ambas aconsejan no desmarcarse de la Carta Magna respecto a carácter y roles de la Asamblea.

En consecuencia una vez precisadas las atribuciones de la Asamblea, sus miembros deberán comprometerse con la construcción de consensos, pues, una ruta al fracaso sería agendar ejes temáticos regionales, sindicales, grupales o de sectores para incluirlos en el texto constitucional, con predominio sobre verdaderos intereses nacionales. De ser así, nuestros representantes nos conducirían a una hecatombe histórica.

Deberá asimismo adoptarse una congruente técnica legislativa, pues lo quemenos se quiere es un texto normativo constitucional que incurra en inadvertencias conceptuales, en discordancias legales, omisiones estructurales legislativas, pugnas con tratados del Derecho Internacional, etcétera. De igual forma, quizás sea la mejor oportunidad para contrarrestar la potestad interpretativa de la Constitución por parte del sistema político, como garantía protectiva de sus intereses.

Un Saludo a la mayoría del pueblo ecuatoriano que ha decidido con el voto SU futuro y de las nuevas generaciones y esperemos que el control social sea muy efectivo para que los asambleístas sepan responder a la altura de las esperanzas de todo un pueblo.

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