Muchos consideran que el liderazgo político padece una crisis permanente y que, dados los graves problemas del mundo, estamos en fase crítica. Incluso algunos, quizás exageradamente, opinan que vivimos un franco retroceso, o peor que hace veinte años.
Con la mano en el corazón, admitamos que los seres humanos siempre tendemos a pensar que “todo tiempo pasado fue mejor”. Y no culpo a quienes lo creen, porque nuestras comparaciones están mediadas por sentimientos, creencias y circunstancias personales. Evidentemente, cada persona es una historia diferente. Sin embargo, abonarse al catastrofismo —o también a la complacencia— impedirá cualquier vida feliz anclada en el presente.
En los últimos 25 años, “más de mil millones de personas lograron salir de la pobreza extrema, y actualmente la tasa mundial de pobreza es la más baja de la que se tenga registro”, según el Banco Mundial. No obstante, hay que aclarar que el problema no se resuelve de igual modo en todas las regiones del planeta.
El organismo internacional insiste en algo fundamental: para acabar con la pobreza son necesarias inversiones, fortalecimiento del capital humano y un crecimiento inclusivo. Y yo añadiría que una mayor conciencia sobre lo conseguido y lo que nos falta.
En este sentido, ¿qué rol juega el liderazgo político en estos tiempos?
Recientemente fui invitado a la toma de posesión de Alejandro Giammatei, el nuevo presidente de Guatemala. En ese país, la Fundación Ismael Cala desarrolla de forma pionera “El vuelo de la cometa”, un proyecto de inteligencia emocional en las escuelas públicas.
Allí conversé con Iván Duque, el presidente de Colombia, a quien adelanté la idea de llevar a su país el exitoso programa, del cual ya existen resultados medibles. Estamos en un punto en el que no es suficiente saber. El conocimiento general es imprescindible, pero la sociedad avanza hacia un modelo en el que resulta impostergable la educación emocional, basada en la empatía y en la compasión.
Cruzarnos de brazos es el camino más directo a las pandemias de ansiedad y estrés, al suicidio, a la violencia y al sálvese quién pueda. Necesitamos un liderazgo que entienda dichas realidades, si deseamos un futuro estable para América Latina.
Como dijo el creativo norteamericano Rob Siltanen, “la gente que está lo suficientemente loca al creer que puede cambiar el mundo, es la misma que lo logra”. En ese camino estamos.
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