Catástrofe

El coronavirus -covid-19, se ha convertido en pandemia que infunde temor catastrófico en el mundo y coloca en igual nivel a ricos y pobres, a sabios e ignorantes, potencias y subdesarrollados. Ese virus no conoce de clases sociales, ni distingue economías o ideologías, pero si prefiere matar a hombres y mujeres de la tercera edad, como para coincidir con la ex directora del FMI Christina Legarde que decía que se bajen las pensiones jubilares por el “riesgo de que la gente viva más de los esperado”. El virus resultó una bendición para las funestas predicciones de la anciana fondomonetarista.

Las estadísticas informan que niños menores de diez años, casi no son contagiados o resisten mejor al colvid-19. La mayor parte de fallecidos sobrepasa los 50 años de edad. Sin embargo, el riesgo de contagio oscila, con frecuencia, desde la adolescencia en adelante. Estos números fríos indican que es mejor prevenir que curar o morir, y que las cuarentenas decretadas se deben cumplir con rigurosidad, para lo que se requiere de elevada ética, solidaridad, disciplina y buena educación que tanta falta hacen en este país.

La humanidad se estremece, con razón, ante los muertos que sobrepasan los diez mil y los contagiados que superan los 250.000 en más de 160 países, pero calla ante los miles de niños que mueren de hambre cada día, ante millones de desplazados-migrantes que despiertan xenofobias, ante las injusticia sociales y elevadas desigualdades.

¿Y qué sobre los millones de muertos en guerras infames de agresión, injustas y hasta fratricidas? ¿Dónde la solidaridad? En Sudán superan los 385 mil masacrados, en Irak y Afganistán más de un millón de muertos en guerras iniciadas por Bush en 2001, en Yemen el 80% requiere ayuda humanitaria, pero el virus es más poderoso.

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