Nicaragua

El aniversario revolucionario del histórico 19 de julio fue una conmemoración luctuosa en una Nicaragua convulsa por el alzamiento de sus ciudadanos contra el presidente Daniel Ortega, comandante de aquella gesta hace 39 años. El hombre al que aplaudieron durante tantos años, hoy es un imitador del tirano al que derrocó.

Está solo y con poco espacio para maniobras políticas. El sistema clientelar que le permitió gobernar con mano blanda durante la última década entró en decadencia. Una economía en picada, como consecuencia de la crisis en Venezuela, con la que mantuvo acuerdos para la venta de petróleo y la compra de insumos agropecuarios de Nicaragua.

Ante la caída de los negocios con el gobierno y la presión popular en su contra, los empresarios —socios principales del orteguismo — le dan la espalda. No cuenta con aliados en la Iglesia Católica, una mesa de diálogo paralizada y el ejército, por razones aún no claras, se mantiene acuartelado.
Imágenes de cuerpos sin vida, agujeros de bala de manifestantes, denuncias de capturas y desapariciones, mensajes de auxilio y alertas por la llegada de alguna caravana de la muerte como llaman a las camionetas repletas de paramilitares, son el pan nuestro de cada día en el país centroamericano.
La crisis política y las 400 personas asesinadas hasta ahora, reconfiguran el mapa político de Nicaragua. Ortega niega las acusaciones de represión y violación de Derechos Humanos que le imputan organismos internacionales, dibuja un panorama de normalización de su país y rechaza convocar elecciones anticipadas.

Los nicaragüenses sienten que hay una puesta abierta por la represión y el terror se manifiesta en violencia desbordada y aparentemente fuera de control. Es un país desesperanzado y lleno de dolor.

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