Lecciones de un desastre

A poco más de un mes del 14 de julio, nuestro coterráneo volcán volvió a encender su furia telúrica. Y esta vez con más violencia. El 17 de agosto fue una erupción de volúmenes dantescos. Si las pérdidas materiales del 14 de julio se calcularon en 150 millones de dólares, las del 17 de agosto, seguramente triplicarán esta cifra. Pero las pérdidas son mayores si se toma en cuenta que en esta vez hay que lamentar pérdidas humanas. Según estimaciones preliminares hay cinco muertos y alrededor de sesenta desaparecidos.

Como nunca, la ciudad de Ambato sufrió una caída copiosa de ceniza volcánica. Y como siempre, los ambateños supimos enfrentar esta emergencia con decisión y solidaridad. Fue emocionante ver a niños, jóvenes, adultos y ancianos de ambos sexos, afanosamente proceder a barrer las calles, recolectar la arena volcánica en fundas y sacos, para evitar que se produzcan daños mayores. Naturalmente que no faltaron quienes no colaboraron en esta impostergable jornada.

Dentro de este mismo panorama, la actitud de las autoridades centrales, con el Presidente de la República a la cabeza, han demostrado que la funciones para las cuales fueron designados, les queda muy grandes. Las “Pequeñas Estaturas”, es el título de una de las novelas de Pareja Diezcanseco. Parece ser que los personajes de esta obra son los que abundan en la clase política que llega a desempeñar funciones del Estado. Muy pequeñas para las dimensiones del drama nacional, en lo económico, social, político. Más pequeñas cuando tienen que enfrentar situaciones de emergencia. Y, claro, cuando alguien se atreve a reclamarles por su inoperancia, responden con desplantes, (como la detención de un joven, por el delito de protestar por la inoperancia del mandatario), o con promesas que casi nunca se cumplen a cabalidad.

Señor Presidente, los hombres y mujeres afectados por la erupción del Tungurahua, requieren que la ayuda les llegue ahora y en las proporciones necesarias. La declaratoria de “Estado de emergencia” implica superar las trabas burocráticas y atender con eficiencia y prontitud. Exigir que se presenten “planes de contingencia”, es demostrar que no hay voluntad política de ayudar, o que le falta autoridad para ordenar con firmeza, que sus subordinados cumplan con los damnificados de la erupción.

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