¿Isla de paz?

En la sociedad subyacen mitos, los que repetidos y dilatados en el tiempo, adquieren cualidad de verdad, muchas de ellas cuasi absolutas, incuestionables; pero… muchas son o han sido solo el romántico o a veces patriotero convencimiento de la colectividad; se desvela su ingenuidad cuando estas se desmoronan, cuando van cayendo a golpes de incertidumbres…

En décadas pasadas, veíamos el desangre fratricida de los pueblos vecinos de Colombia y Perú, que envueltos en la vorágine de la violencia, se debatían entre el odio y las miserias humanas, mientras nosotros, equinocciales ciudadanos del orbe, ufanos nos decíamos que vivimos en una ‘isla de paz’; y claro, en ese convencimiento, también ufanos desmemoriados, afirmábamos convencidos de la sólida unidad de toda una ciudadanía que, inconforme y todo, se presentaba –lo creíamos- como coherentemente cohesionada. Verdades de papel que disfrazarán una historia repleta de inequidades, las que paulatina y lentamente llenaban un aljibe que algún día desbordaría en ira irreprimible; si, ira difícil de controlar y, además, alentada por contumaces pescadores a río revuelto, sórdidos sembradores de odio, mezquinos oportunistas que, enancados en el dolor de las injusticias casi endémicas del pueblo campesino de la patria, sembraron la anarquía, en 11 días de terror. Y así, se derrumbó un mito, ese de creernos isla de paz.

Una digresión válida en las actuales circunstancias: la irracional violencia, el incontrolable odio en las calles de la patria, sobre todo en las de Quito, ha sido replicada o tiene un exacto símil en Santiago de Chile; se repite, casi calcada, la misma irracionalidad -que está más lejos de la protesta- con pocos días de diferencia. La amenaza también pende sobre Colombia y Centroamérica. Estas coincidentes circunstancias llaman a elucubrar sobre una misma raíz ideológica en el origen de las protestas y no en un aislado y circunstancial brote de insatisfacción social que deviene en reclamo social.

¿Será acaso el llamado a una insurrección regional?

Después de los 11 días de miedo, se develan las injusticias sociales; el odio en los ciudadanos, que no somos una isla de paz.

En la sociedad subyacen mitos, los que repetidos y dilatados en el tiempo, adquieren cualidad de verdad, muchas de ellas cuasi absolutas, incuestionables; pero… muchas son o han sido solo el romántico o a veces patriotero convencimiento de la colectividad; se desvela su ingenuidad cuando estas se desmoronan, cuando van cayendo a golpes de incertidumbres…

En décadas pasadas, veíamos el desangre fratricida de los pueblos vecinos de Colombia y Perú, que envueltos en la vorágine de la violencia, se debatían entre el odio y las miserias humanas, mientras nosotros, equinocciales ciudadanos del orbe, ufanos nos decíamos que vivimos en una ‘isla de paz’; y claro, en ese convencimiento, también ufanos desmemoriados, afirmábamos convencidos de la sólida unidad de toda una ciudadanía que, inconforme y todo, se presentaba –lo creíamos- como coherentemente cohesionada. Verdades de papel que disfrazarán una historia repleta de inequidades, las que paulatina y lentamente llenaban un aljibe que algún día desbordaría en ira irreprimible; si, ira difícil de controlar y, además, alentada por contumaces pescadores a río revuelto, sórdidos sembradores de odio, mezquinos oportunistas que, enancados en el dolor de las injusticias casi endémicas del pueblo campesino de la patria, sembraron la anarquía, en 11 días de terror. Y así, se derrumbó un mito, ese de creernos isla de paz.

Una digresión válida en las actuales circunstancias: la irracional violencia, el incontrolable odio en las calles de la patria, sobre todo en las de Quito, ha sido replicada o tiene un exacto símil en Santiago de Chile; se repite, casi calcada, la misma irracionalidad -que está más lejos de la protesta- con pocos días de diferencia. La amenaza también pende sobre Colombia y Centroamérica. Estas coincidentes circunstancias llaman a elucubrar sobre una misma raíz ideológica en el origen de las protestas y no en un aislado y circunstancial brote de insatisfacción social que deviene en reclamo social.

¿Será acaso el llamado a una insurrección regional?

Después de los 11 días de miedo, se develan las injusticias sociales; el odio en los ciudadanos, que no somos una isla de paz.

En la sociedad subyacen mitos, los que repetidos y dilatados en el tiempo, adquieren cualidad de verdad, muchas de ellas cuasi absolutas, incuestionables; pero… muchas son o han sido solo el romántico o a veces patriotero convencimiento de la colectividad; se desvela su ingenuidad cuando estas se desmoronan, cuando van cayendo a golpes de incertidumbres…

En décadas pasadas, veíamos el desangre fratricida de los pueblos vecinos de Colombia y Perú, que envueltos en la vorágine de la violencia, se debatían entre el odio y las miserias humanas, mientras nosotros, equinocciales ciudadanos del orbe, ufanos nos decíamos que vivimos en una ‘isla de paz’; y claro, en ese convencimiento, también ufanos desmemoriados, afirmábamos convencidos de la sólida unidad de toda una ciudadanía que, inconforme y todo, se presentaba –lo creíamos- como coherentemente cohesionada. Verdades de papel que disfrazarán una historia repleta de inequidades, las que paulatina y lentamente llenaban un aljibe que algún día desbordaría en ira irreprimible; si, ira difícil de controlar y, además, alentada por contumaces pescadores a río revuelto, sórdidos sembradores de odio, mezquinos oportunistas que, enancados en el dolor de las injusticias casi endémicas del pueblo campesino de la patria, sembraron la anarquía, en 11 días de terror. Y así, se derrumbó un mito, ese de creernos isla de paz.

Una digresión válida en las actuales circunstancias: la irracional violencia, el incontrolable odio en las calles de la patria, sobre todo en las de Quito, ha sido replicada o tiene un exacto símil en Santiago de Chile; se repite, casi calcada, la misma irracionalidad -que está más lejos de la protesta- con pocos días de diferencia. La amenaza también pende sobre Colombia y Centroamérica. Estas coincidentes circunstancias llaman a elucubrar sobre una misma raíz ideológica en el origen de las protestas y no en un aislado y circunstancial brote de insatisfacción social que deviene en reclamo social.

¿Será acaso el llamado a una insurrección regional?

Después de los 11 días de miedo, se develan las injusticias sociales; el odio en los ciudadanos, que no somos una isla de paz.

En la sociedad subyacen mitos, los que repetidos y dilatados en el tiempo, adquieren cualidad de verdad, muchas de ellas cuasi absolutas, incuestionables; pero… muchas son o han sido solo el romántico o a veces patriotero convencimiento de la colectividad; se desvela su ingenuidad cuando estas se desmoronan, cuando van cayendo a golpes de incertidumbres…

En décadas pasadas, veíamos el desangre fratricida de los pueblos vecinos de Colombia y Perú, que envueltos en la vorágine de la violencia, se debatían entre el odio y las miserias humanas, mientras nosotros, equinocciales ciudadanos del orbe, ufanos nos decíamos que vivimos en una ‘isla de paz’; y claro, en ese convencimiento, también ufanos desmemoriados, afirmábamos convencidos de la sólida unidad de toda una ciudadanía que, inconforme y todo, se presentaba –lo creíamos- como coherentemente cohesionada. Verdades de papel que disfrazarán una historia repleta de inequidades, las que paulatina y lentamente llenaban un aljibe que algún día desbordaría en ira irreprimible; si, ira difícil de controlar y, además, alentada por contumaces pescadores a río revuelto, sórdidos sembradores de odio, mezquinos oportunistas que, enancados en el dolor de las injusticias casi endémicas del pueblo campesino de la patria, sembraron la anarquía, en 11 días de terror. Y así, se derrumbó un mito, ese de creernos isla de paz.

Una digresión válida en las actuales circunstancias: la irracional violencia, el incontrolable odio en las calles de la patria, sobre todo en las de Quito, ha sido replicada o tiene un exacto símil en Santiago de Chile; se repite, casi calcada, la misma irracionalidad -que está más lejos de la protesta- con pocos días de diferencia. La amenaza también pende sobre Colombia y Centroamérica. Estas coincidentes circunstancias llaman a elucubrar sobre una misma raíz ideológica en el origen de las protestas y no en un aislado y circunstancial brote de insatisfacción social que deviene en reclamo social.

¿Será acaso el llamado a una insurrección regional?

Después de los 11 días de miedo, se develan las injusticias sociales; el odio en los ciudadanos, que no somos una isla de paz.