Barbarie

Los recientes ataques a dos mezquitas, en Nueva Zelanda, dejaron como saldo aproximadamente 100 muertos y heridos. Como autor de estos hechos se ha señalado a un “extremista de derecha”, supremacista que, previamente, ha publicado un manifiesto racista y fascista, de odio contra los inmigrantes que, en varias partes del planeta, están siendo objeto de creciente rechazo y otras manifestaciones de animadversión.

El concepto de solidaridad con quienes abandonan sus lugares de origen, a costa de inmensos sacrificios, en busca de mejores oportunidades de vida, en ocasiones olímpicamente se lo deja de lado, para dar paso a la xenofobia que va en desmedro de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Así como en su oportunidad repudiamos atentados abominables, como los efectuados a las Torres Gemelas, en Nueva York, o los que destrozaron la sede de la Asociación Mutual Israelita, en Buenos Aires, en los que la siniestra mano del fundamentalismo islámico estuvo presente, hoy debemos rechazar, de manera enérgica, a lo sucedido en las dos mezquitas.

De cualquier lado que vengan, los zarpazos del terrorismo son cobardes, traicioneros, demenciales. Su realidad, lóbrega, conduce únicamente a incrementar los factores adversos de una comunidad, mediante la desunión y el miedo. Sus métodos, incalificables, descendieron a no respetar lo más sagrado de la civilización, la vida humana.

Toda forma de terrorismo debe ser condenada con energía, como lo estipuló la Asamblea General de la OEA, Panamá, 1996. La ONU, por su parte, tiene 19 instrumentos jurídicos internacionales, entre los que destaca la Convención Interamericana, que ratifica los contenidos de la Carta de la OEA y considera al terrorismo como grave amenaza para los valores democráticos, la paz y la seguridad.

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