Hernán Castillo

Andrés Pachano

“Un manotazo duro, un golpe helado,/un hachazo invisible y homicida,/un empujón brutal te ha derribado”. (Miguel Hernández – Elegía).

¡Quietos están ya los silencios, angustiosamente inmóviles, yertos en tu tumba recién abierta!

Y… los recuerdos no se represan: …Hace ya mucho tiempo, enfrente de algunas tintas expuestos en alguna exposición colectiva, escuche a Homero Soria López decir que quien los había concebido, ‘es de largo el mejor dibujante de Ambato y con seguridad es de los mejores de la nación’. Viniendo de quien vino la apreciación, un esteta de altos quilates y el mismo un eximio cultor de esa muy difícil rama del arte, no era un simple elogio pasajero, era el verdadero reconocimiento a un autor que dominó el dibujo a mano alzada. Así se expresó, con verdad absoluta, de la obra de un artista, de Hernán Castillo Castro, un ser humano excepcional.

Con él se podía conversar de todo, la gran erudición de un hombre extensamente culto permitía que las charlas con él fueran edificantes, interminables, cálidas; apasionado sin límites por el arte, al fin de cuentas esa fue su pasión, en él se formó académicamente y por el arte sufrió; fue un docto conocedor del impresionismo francés, ese del manejo genial de la luz para representar una objetiva realidad; explicaba con la pasión del ser apasionado por lo suyo, sobre lo gótico en la arquitectura, aquel estilo estético amurallado entre el arte románico y el renacentista; fue delicioso escucharlo sobre las formas y detalles de este estilo.

En su vida fue constante concitador de la cultura local, siempre estuvo cercano a sus nobles empeños y mejores causas, pintando, escribiendo, discurriendo pensamientos. Fue fotógrafo de los claro oscuros. Preocupado por los avatares de la patria, se expresó siempre agudo, hondo y crítico objetivo de la política nacional.

Las tertulias se han quedado sin palabras, en su lugar ausencias; ellas esperarán nuevas lluvias y se reanudarán tan solo… en soliloquios.

“A las aladas almas de las rosas/del almendro de nata te requiero,/que tenemos que hablar de muchas cosas,/compañero del alma, compañero”. (Miguel Hernández – Elegía)

¡Un último abrazo amigo!