Insolentes

Las ciudades de Ecuador como Guayaquil, Quito, Cuenca, y otras medianas, incluso pequeñas, tienen un problema común: el tránsito desordenado. Los auténticos causantes del desbarajuste vehicular somos quienes manejamos.


En Quito, por ejemplo, los conductores de vehículos livianos son agresivos, prepotentes, irrespetuosos. Les vale un pepino las señales de tránsito. Se han especializado en la invasión de las filas infinitas de autos que no se mueven por alguna reparación de la vía, accidente, incluso por la presencia de algún policía. Estos empleados ganan un sueldo soplando un pito y levantando la mano. La función de estos seres con gorro es igual al semáforo. Trabajan con eficiencia extendiendo el caos.


Los resultados de las leyes producen escalofrío. Los medios de comunicación informaron que en el primer año de operación se establecieron 13,7 millones de dólares por multas. Pagó solamente la mitad de infractores. Pésimo negocio para un Gobierno hambriento de dólares.


Las multas sólo resuelven la iliquidez del Ministerio de Economía. Pero los heridos y muertos siguen multiplicándose. A los autores de las leyes no les interesó la vida de cada ciudadano que se mueve a golpe de calcetín y peor de los conductores. Se ocuparon de la utilidad, la muerte y el dolor.


Hace algunos días se aprobaron normas que exigen requisitos para ser digno de una licencia de conducir. No será necesario un curso de aprendizaje de manejo. Es una enorme herramienta para castigar las contravenciones. Se abre una gran puerta a la insolencia. Los jovencitos y los adultos seguirán groseros y expondrán el dedo medio como señal de superioridad y desprecio.


En muchos países de Europa, como Alemania o Inglaterra, los conductores de vehículos pequeños manejan cumpliendo con las señales de tránsito. Nadie saca el dedo medio, no hay colas de carros, y si las hay, respetan la espera. ¿Por qué nosotros ocasionamos accidentes? En el viejo continente, para portar una licencia, tienen que educarse, respetar la vida, hacer suya las normas de tránsito y cumplirlas. Allá no conducen insolentes por cuenta propia. Esta clase de bobería no existe desde hace más de 50 años, mientras aquí aumentamos la crisis de pobreza ética. Nuestras leyes son un derecho de los imbéciles que manejan en las ciudades y las carreteras. Esta clase de actuaciones legales, cargadas de crueldad y perversión, merecen el rechazo.