La venganza del rumor

Continúan apareciendo noticias que indican algo preocupante: el Gobierno de Rafael Correa insiste en luchar contra el rumor, el chisme, la difamación oculta, el comentario mala fe que se dice a espaldas de la víctima. Es cierto que esas mentiras, si se las deja circular, terminan influyendo en la opinión pública; no obstante, también es cierto, y muchísimo más importante, que pelear contra ello es una tarea estéril e inútil. Mejores seres humanos, con mejores equipos, más recursos y más ganas, han tratado y no han podido. La debilidad por el chisme es una condición que los seres humanos llevamos grabada en cada célula. Batirse contra ella es tan absurdo como resistirse a la gravedad o intentar detener las mareas; por ello, la sabiduría popular insiste tanto en que la única forma de lidiar con el qué dirán es ignorándolo completamente.


Es difícil entender por qué el Presidente insiste tanto en meterse en combates estériles. En los enemigos que busca puertas adentro, en las posiciones que toma en la esfera internacional, en las razones que encuentra para contrariarse se vislumbra una profunda tendencia a buscar luchas que no puede, que no se pueden, ganar. Tal vez sea una mera devoción por el espíritu quijotesco, kamikaze, de toda esa generación que creció bajo el influjo de tercos suicidas como Ernesto Guevara. Quizás crea, tan típico de él, que triunfará donde todos los otros fallaron. O, lo más preocupante, está rodeado de personas que lo adulan y lo azuzan para que se meta en esos atolladeros. Desgraciadamente, en el proceso consume recursos que el país necesita y malgasta su tiempo como gobernante, que tantos demandan urgentemente.


Las campañas, las leyes, las ofensivas, todo lo que ha hecho este Gobierno contra el rumor, ha tenido el efecto contrario al que él buscaba. Aquellos que solían investigar y denunciar de manera profesional y desapasionada han preferido dedicarse a oficios menos ingratos. En su lugar, lo que hay ahora es una infinidad de chismes que circulan boca a boca o, peor aún, en ese yacimiento sin fin de complejos, envidia e ira llamado ‘redes sociales’. Esos productos, imposibles de rastrear y de regular, generosos en mala fe y calumnia, han desplazado a la prensa de investigación de otra época, gracias al asedio.


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