CHILE: LAS CLAVES DE SU ÉXITO

VIAJE AL SUR: Desde el momento que el capitán anunciaba que habíamos iniciado el descenso de la aeronave al aeropuerto Jorge Merino, intenté mirar la ciudad acostada al pie de la cordillera, la capital chilena.

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Tras la ventanilla del avión y superando la cortina de humo, llamada smog, que cubre la ciudad, presentí que en los pocos días que permanecería en ella, no tendría la oportunidad de recorrerla toda como hubiera querido para embeberme de su belleza y de su espíritu. Visitar a mis antiguos amigos no era una opción; seguramente casi todos ellos deben constar en las listas de muertos, otros, a los que seguramente les visitó la suerte, habrán encontrado su hogar en otros países o ciudades; por eso, vestiría zapatos de caminar y emprendería la visita a esa enorme superficie que ocupa la ciudad, revisando someramente unas pocas comunas, entre las que no podría faltar, claro está, el barrio central en donde se han escrito casi todas las páginas de la historia del Chile.

Pocas horas después, con mi cámara y mi libreta, con mis ojos abiertos, mis oídos atentos y mi corazón marcando un ritmo apresurado, recorría sus avenidas, sus calles, sus veredas, sus rincones. Es que quería reencontrarme con la ciudad, porque en ella, viví por algunos meses.

SORPRENDENTE CIUDAD

La de ahora era otra, había cambiado tanto que en los primeros minutos, no la reconocí. Si bien aquella era grande, esta era, como decirlo, una metrópolis gigantesca, con inmensos edificios en los mismos espacios donde antes, unas recoletas y coquetas avenidas cruzaban la ciudad; algunas de estas arterias viales tenían el mismo nombre que yo recordaba, pero, ciertamente, su imagen no correspondía a la que yo guardaba en mi memoria.

De los edificios públicos, aquellos que por décadas o siglos guardan la memoria política y social de una ciudad capital, apenas quedaban unos pocos. Ahora, las sedes institucionales estaban en otras ciudades y en otras direcciones. No sabía que, en la actualidad, en Santiago viven 5 millones y medio de seres humanos en las 37 comunas (barrios), que conforman el límite metropolitano, y de las cuales 26 están dentro del radio urbano. Recordaba nombres de barrios tales como; Vitacura, Padre Hurtado, otros con nombre tan especiales como Pudahuel, otros con nombres tan españoles como La Florida, Providencia, Recoleta, Las Condes, sin que falten los barrios con nombres de santos de la Iglesia Católica, como San Joaquín, San Bernardo; a los que se han añadido Calera de Tango, Puente Alto, Cerrillos, Quinta Normal, Macul, y, claro, cómo no iba a recordar, Estación Central.

Nunca entendí cómo es que Santiago no ha rendido tributo de admiración por ciertos nombres que han dado lustre a su cultura como Neruda o Mistral y si lo ha hecho con un poeta un tanto desconocido como Barnechea, una comuna donde viví, ubicada en las afueras occidentales de la ciudad.

Las cifras oficiales y las que de vez en cuando, dejan saber ciertos organismos internacionales, ubican a Chile, en lo que, al Producto Interno Bruto, PIB, muy arriba del resto de países sudamericanos, incluso más que Brasil y Argentina. Yo pensaba ¿será esta la razón por la que Santiago está tan cambiada?Pero, la verdad es que el progreso económico de una sociedad dispara los cambios, pero también tras esos cambios se esconden otras causas. Bueno, yo vine a embeberme de la ciudad y no a meditar sobre esos grandes misterios del progreso, del PIB, de la balanza de pagos, y tantos conceptos que nos brindan la economía, la sociología y la política.

A CAMINAR SE HA DICHO

Paso a paso, recorrí avenidas, calles, callejuelas de un sábado cualquiera, bajo un calor asfixiante del verano austral. El hambre llegó puntual y de prisa dirigí mis pasos al mercado central a saborear los mejores mariscos –excepto camarones- (que los mejores son los del Ecuador). Allí en lo que alguna vez había sido un mercado, ahora, una sucesión de puestos y restaurantes invitan a turistas extranjeros y connacionales a degustar las delicias del mar, acompañadas, eso sí, de un buen vino tinto o blanco, de la tierra austral de Sud América. Tras el almuerzo retorné al departamento que había alquilado en las páginas web, a refrescarme de un día en el que ni siquiera esa ancha nube de smog, impedía la tarea del sol y el termómetro marcaba 35 grados.

A BAILAR AL SON DE LA MÚSICA Y DE LA TIERRA

Al anochecer, fuera de la ciudad, una reunión familiar me esperaba. Alegría, risas, conversaciones, remembranzas, anécdotas de familiares presentes o ausentes, y el baile hacían más ligero el paso de las horas. En medio de la algarabía, alguien, pendiente del internet de su teléfono celular, dijo que las guirnaldas de luces y colores se movían al ritmo del piso. Un terremoto de magnitud 7.5 en la escala de Richter estaba sacudiendo a Chile. En medio de la sorpresa y el temor, la fiesta se paralizó por unos instantes, los suficientes como para que las noticias dijeran que el epicentro estaba alejado de Santiago, allá al norte, en la región 6, la de Coquimbo, cuya capital es el paradisíaco balneario de La Serena y que las autoridades encargadas del tema, luego de consultar con sus aparatos y con los científicos anunciaban que no había peligro de un tsunami.La reacción oficial ante el fenómeno natural fue inmediata. Los protocolos de seguridad, a pesar de la noche de fin de semana, actuaron coordinada y eficazmente. Los anuncios calmaron prontamente la lógica reacción de temor de la ciudadanía.

COMO REACCIONAR

La vida siguió su marcha y al otro día, apenas despertaba, encendí el aparato de televisión ubicado en la sala del departamento. Busqué en el dial los canales nacionales para enterarme de las consecuencias del terremoto. No me fue difícil. Todas las estaciones televisivas transmitían como un único tema, programas informativos y de opinión sobre este evento. Fueron horas y horas en las que las autoridades informaban a la ciudadanía las labores cumplidas y por cumplir. Las imágenes mostraban una y otra vez, los efectos del movimiento, las paredes cuarteadas de pocos edificios, una grieta abierta en una de las calles de una pequeña ciudad del interior, el esforzado trabajo de maquinaria pesada para abrir una carretera que había sufrido un deslave.En otro escenario, científicos y profesores universitarios explicaban que el terremoto no había sido causado por el movimiento de las placas tectónicas que existen en las profundidades, la de Nazca y la Continental, y que cada cierto tiempo, la inducción de una de ellas hacia el interior de la otra, liberan grandes cantidades de energía provocando terremotos; esa noche, el origen se hallaba sobre una de ellas, es decir, la placa habría sufrido una fisura lo suficientemente grande como para sacudir la tierra.

Como cualquier ciudadano ignorante de los misterios de la geología, debía aceptar la explicación de los científicos, pero me asaltaban varias dudas: sabía que Chile es una franja larga, larga, largísima, de territorio ubicada entre el mar y la cordillera de los Andes. Esa morfología geográfica difería de la de otros países andinos, pues, en estos la cordillera está dividida en dos: la oriental y la occidental, quedando entre las dos unos grandes y fértiles valles. ¿Será que esos valles amortiguan los grandes movimientos telúricos? En Chile, la cordillera es única y la zona costanera también. Al norte, el desierto de Atacama, el más seco del mundo, donde apenas caen pocas gotas de lluvia cada 50 años, allí la tierra esconde el cobre, el mayor producto de exportación del país y el sostén de su riqueza. Al sur, la zona de los lagos, por su cercanía con el polo, las montañas pintan románticos paisajes y el clima frío es base de una generosa producción agrícola. Así entre estos dos extremos, Chile ha logrado construir uno de los países con mayor índice educativo, económicamente estable y una democracia casi perfecta.

EDUCACIÓN ES LA CLAVE

En otro espacio, los reporteros recorrían las ciudades y pueblos afectados y desde el estudio las autoridades, al tiempo de pedir calma a la población, recordaban a sus habitantes las rutas de evacuación ya determinadas para los residentes en cada ciudad, en cada barrio, en cada edificio.Enseguida, un profesor de ingeniería de una de las universidades chilenas destacaba que las únicas 4 casas destruidas correspondían a construcciones de adobe, es decir, de aquellas que no cumplían con los mandatos de la Ley de construcciones. Ahora entendía el por qué los inmensos rascacielos de Santiago, de 20, 30, 40, 50 pisos o más, no tenían afectación alguna. La ciencia y la tecnología determinaban, al detalle, todos los protocolos a seguirse en estos casos y la política, en forma de leyes, los hacía obligatorios.

Los constructores acataban las normas y los ciudadanos aplaudían porque eso les amparaba.Frente al televisor, recordaba que Chile es, quizás, el país de América que mayor número de temblores y terremotos ha sufrido, y no solo eso, sino que, en 1964, la historia de este tipo de eventos registra el de mayor violencia que se haya producido. En ese terremoto, los sismógrafos marcaron 9.4 en la escala de Richter, es decir, un cataclismo. Educación, esa es la palabra. Los medios de comunicación, junto con las instituciones gubernamentales encargadas del tema, a través de la información, estaban educando a una población ya educada. ¿Paradoja? No, simplemente estaban reiterando contenidos ya conocidos y al repetirlos, basados en la experiencia vivida la noche anterior, estaban impulsando un aprehendizaje de normas y comportamientos de sobrevivencia personal, familiar y social.Educación, he ahí la palabra mágica que Chile la ha hecho suya y en ella ha sentado las bases de su desarrollo. Las cifras mágicas que ostenta se deben, precisamente a la educación, cada día más inclusiva y de mayores y mejores contenidos, que ha sabido implementar.

LA DESPEDIDA

La madrugada que me despedí de Santiago, mientras el taxi me conducía al aeropuerto, en una de las, cada vez más anchas avenidas, un hombre sin rostro ni edad, vestido con un largo abrigo que le llegaba a los zapatos rotos, en un carro de supermercado, cargaba los pocos o muchos productos que, seguramente, en la noche había recogido en los tachos de basura. Era la otra imagen de Santiago, la capital chilena, que se grabó en mi retina.

Fausto Jaramillo Y.