Castidad y hastío

Autor: Dra. Gladys Llanos Vega de Ordoñez | RS 61

La castidad del monje y de la monja está continuamente amenazada por las imágenes lúbricas que aparecen en los sueños y por las poluciones nocturnas, el libertino por su parte, pasa por períodos de saciedad y de hartazgo, además de estar sujeto a los insidiosos ataques de la impotencia.

LIBERTINAJE
Ambas modalidades: castidad y libertinaje se insertan en la economía vital de la sociedad, aunque la segunda, en sus casos más extremos, es una tentativa personal por romper los lazos sociales y se presenta como una liberación de la condición humana. Las prácticas eróticas y colectivas de carácter público han asumido constantemente formas religiosas.

Como lo recuerdan los cultos fálicos del neolítico o las bacanales y saturnales de la antigüedad grecorromana, en dos religiones marcadamente ascéticas, el budismo y el cristianismo, figura también y de manera preeminente la unión entre la sexualidad y lo sagrado.Cada una de las grandes religiones históricas han engendrado, en sus afueras o en sus entrañas mismas, sectas (existen hasta hoy), movimientos ritos y liturgias en las que la carne y el sexo son caminos hacia la divinidad.

El erotismo es ante todo y sobre todo sed de otredad. Y lo sobre natural es la suprema otredad.(otredad es el resultado de un proceso en el que un grupo se define a si mismo) La copulación ritual colectiva fue practicada por las sectas tántricas de la India, (taoístas) en China, cristianos y gnósticos en el Mediterráneo. Lo mismo sucede con la comunión con el semen, un rito de los adeptos del tantrismo, de los gnósticos adoradores de Barbelo y de los otros grupos. Muchos de estos movimientos eróticos religiosos, inspirados por sus sueños milenaristas, unieron la religión, el erotismo y la política entre otros.

El erotismo encarna asimismo en dos figuras emblemáticas: la del religioso solitario y la del libertino. Emblemas opuestos pero unidos en el mismo movimiento: ambos niegan a la reproducción y son tentativas de salvación o de liberación personal frente a un mundo caído, perverso, incoherente o irreal.

La misma aspiración mueve a las sectas y a las comunidades, solo que en ellas la salvación es una empresa colectiva, son una sociedad dentro de la sociedad mientras que el asceta y el libertino son asociales, individuos frente o contra la sociedad. El culto a la castidad, en Occidente, es una herencia del platonismo y de otras tendencias de la Antigüedad para las que el alma inmortal era prisionera del cuerpo mortal.

La creencia general era que un día el alma regresaría al Empíreo, el cuerpo volvería a la materia informe. Sin embargo, el desprecio al cuerpo no aparece en el judaísmo que exaltó siempre los poderes genésicos: creced y multiplicaos que es el primer mandamiento bíblico.

Tal vez por esto y, sobre todo, por ser la religión de la encarnación de Dios en un cuerpo humano, el cristianismo atenuó el dualismo platónico con el dogma de la resurrección de la carne y con el de los “cuerpos gloriosos”. Al mismo tiempo, se abstuvo de ver en el cuerpo un camino hacia la divinidad, como lo hicieron otras religiones y muchas sectas heréticas. ¿Por qué? Sin duda por la influencia del neoplatonismo en los padres de la iglesia.



En Oriente el culto a la castidad comenzó como un método para alcanzar la longevidad: ahorrar semen era ahorrar vida. Lo mismo sucedía con los efluvios sexuales de la mujer. Cada descarga seminal y cada orgasmo femenino eran una pérdida de vitalidad. En un segundo momento de la evolución de estas creencias, la castidad se convirtió en un método para adquirir, mediante el dominio de los sentidos, poderes sobre naturales e incluso, en el taoísmo, la inmortalidad.

Esta es la esencia del yoga. A pesar de estas diferencias, la castidad cumple la misma función en oriente que en occidente, es una prueba, un ejercicio que nos fortifica espiritualmente y nos permite dar el gran salto de la naturaleza humana a lo sobrenatural.

En nuestra tradición es menos frecuente que en la oriental, la fusión entre lo sexual y lo espiritual. Sin embargo, el Antiguo Testamento abunda en las historias eróticas, muchas de ellas trágicas e incestuosas; algunas han inspirado textos memorables. El libro de Ruth, que le sirvió a Víctor Hugo para escribir Booz endormi, un poema nocturno en el que “la sombra es nupcial”. Pero los textos hindúes son más explícitos. El famoso poema sánscrito de Jayaveda, Gitagovinda, canta los amores adúlteros del dios Krisna (el Señor Obscuro) con la vaquera Radha.Como en el caso del Cantar de los Cantares, el sentido religioso del poema es indistinguible de su sentido erótico profano, son dos aspectos de la misma realidad.

Lo que nos dice la experiencia religiosa sobre todo a través del testimonio de los místicos es precisamente lo contrario: el erotismo, que es sexualidad transfigurada por la imaginación humana, no desaparece en ningún caso. Cambia, se transforma continuamente y, no obstante, nunca deja de ser lo que es originalmente: impulso sexual. En la figura opuesta, del libertino, no hay unión entre religión y erotismo, hay oposición neta y clara:

el libertino afirma el placer como único fin frente a cualquier otro valor. El libertino casi siempre se opone con pasión a los valores y a las creencias religiosas o éticas que postulan la subordinación del cuerpo a un fin trascendente.

Sade se jactaba de profesar un intransigente ateísmo filosófico, pero en sus libros abundaban los pasajes de religioso furor irreligioso y en su vida tuvo que enfrentarse a varias acusaciones de sacrilegio e impiedad, como las del proceso de 1772 en Marsella.

André Breton dijo alguna vez que su ateísmo era una creencia, podría decirse también que el libertinaje es una religión al revés.

La verdadera diferencia entre el anacoreta y el libertino está en que en el erotismo del primero es una sublimación solitaria y sin intermediarios; el del segundo es un acto que requiere, para realizarse, el concurso de un cómplice o la presencia de una víctima. El libertino necesita siempre al otro y en esto consiste su condenación: depende de su objetivo y es el esclavo de su víctima.

El libertinaje, como expresión del deseo y de la imaginación exasperada es inmemorial. Como reflexión y como filosofía explícita es relativamente moderno. La curiosa evolución de las palabras libertinaje y libertino puede ayudarnos a comprender el no menos curioso destino del erotismo en la edad moderna.

En español, libertino significa al principio “Hijo del liberto” y solo más tarde designó a una persona disoluta y debida licenciosa.

En francés, la palabra tuvo durante el siglo XVII un sentido afín al de liberal y de liberalidad, generosidad y desprendimiento.

Los libertinos, al principio, fueron poetas, como Cyrano de Bergerac, poeta filósofo. La filosofía libertina convirtió al erotismo de pasión en crítica moral. Fue la máscara ilustrada que asumió el erotismo intemporal al llegar a la edad moderna.

Cesó de ser religión o profanación, y en ambos casos rito, para transformarse en ideología y opinión, desde entonces el falo y la vulva se han vuelto ergotistas y fiscalizan nuestras costumbres, nuestras ideas y nuestras leyes.

La expresión más total y, literalmente, tajante, de la filosofía libertina fueron las novelas de Sade. En ellas se denuncia a la religión con no menos furia que al alma y al amor.

Estas condiciones nunca se pueden satisfacer, son premisas filosóficas, o realidades psicológicas y físicas.

El libertino necesita, para satisfacer su deseo, saber (y para el saber es sentir) que el cuerpo que toca es una sensibilidad y una voluntad que sufren. El libertinaje exige cierta autonomía de la víctima, sin la cual no se produce la contradictoria sensación que llamamos placer/dolor.