Tarabita

Ángel P. Chaves

Hace algunas décadas, viajar al “oriente” como llamábamos a lo que hoy denominamos región amazónica, era una de las más bellas, apasionantes, pero al mismo tiempo peligrosas aventuras. Guardo cariñosamente en mi recuerdo el olor vegetal y húmedo de la ruta y sus impresionantes paisajes; caminos flanqueados por impresionantes precipicios en cuyo fondo discurrían los ríos entre amenazantes y cautivadores; cortes de vías por los derrumbes y otras excepcionales circunstancias; pero quizás la vivencia más intensa la teníamos a bordo de la “tarabita”. Así llamábamos a esa pequeña plataforma de madera que suspendida en un cable nos permitía sortear aquellos tramos en los que no había puente; allí sí, no quedaba otro remedio que encomendarse al Creador, arrepentirse hasta de lo que nunca se había hecho y confiar en quien la conducía.

En los últimos días me ha asaltado un sentimiento parecido: parecería que los ecuatorianos hemos de someternos a experiencia semejante al concurrir a las urnas para elegir en segunda vuelta al próximo Presidente de la república.

En el sentido literal de la palabra tarabita, que en realidad es el cable del que pendía la pequeña plataforma, si el cable que no es otro que la frágil estructura de la nación para sortear los peligros de una pandemia que no sabemos a ciencia cierta si podrá ser superada; un sentimiento de inseguridad nunca antes vivido; una macroeconomía convaleciente y una economía doméstica aquejada por la desocupación y el endeudamiento, la elección del próximo presidente nos impone escoger a una persona capaz de enfrentar con sabiduría tan peligroso escenario, pero que además nos de confianza suficiente para llevar adelante un proceso que nos aúne al alrededor de los grandes objetivos nacionales.

Si a bordo de la tarabita la gestión del Presidente o ella provoca nuestro descontrol y la desestabiliza, nuestro destino es el desastre. ¡No podemos equivocarnos!.