La traición más grande

Es tiempo de ver atrás
Es tiempo de ver atrás

Pablo D. Punín Tandazo.

Hace 200 años, la batalla dura y sangrienta que tenía lugar en las faldas del Pichincha, surgía de una clara manifestación negativa ante el abuso. Los héroes luchaban por la liberación de un pueblo que decía no al sometimiento, no a la imposición, no a seguir siendo dominados por extraños en su propia tierra.

Tanto ha pasado y seguimos luchando, con la diferencia de que hoy los males que nos atacan son internos y se han impregnado profundamente en nuestra sociedad, como pasa con la corrupción.

Se dice mucho que aceptar algo para lo que no estamos preparados es una forma fácil y clara de caer en este mal, y yo considero que no hay nada más cierto. El no es una obligación mientras no estemos convenidos; el no, por otro lado, es rotundamente necesario cuando la duda persiste.

Imaginen ustedes, ¿cuántas vidas se hubieran salvado? ¿cuántas personas podrían haber recibido ayuda? o ¿cuántos recursos pudieron ahorrarse y utilizarse de forma correcta? Si tan solo una parte de quienes nos han gobernado hubieran tenido el valor para decir no cuando asumían compromisos para los que no estaban listos. ¿Se han detenido a pensar lo duro que puede ser para alguien pagar las consecuencias nefastas de los actos de una persona a quien su soberbia le impidió decir no? No hay que darle mucha vuelta, solo miren a su alrededor.

No hay peor y más grande traición que aquella que se hace a uno mismo; y, en el caso que hablamos, esa traición repercute sobre quienes más lo necesitan. Un no puede liberar y salvar. Por eso, cuando logramos decirlo a tiempo, ante un tentador y sencillo, el no se convierte en revolución.

Aunque cueste hacerlo, porque es difícil asumir no poder hacer algo, a cambio recibiremos una recompensa sumamente añorada y necesitada hoy en día: la satisfacción de servir a la sociedad a través de la sinceridad.

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