Hablando de las fiestas

Carlos Arellano

Las últimas ediciones de la fiesta mayor de los ambateños han menoscabado su esencia, convirtiéndola en una festividad corriente como cualquiera de las que se celebran en una ciudad común y corriente de este vasto país. Así pues, la decadencia de esta festividad, declarada patrimonio cultural e inmaterial del país, se manifiesta hoy con una evidencia que no admite contradicción alguna. Un reconocido portal de Internet define el término ‘decadencia’ como “la declinación o el principio de la ruina. Se trata de un proceso de deterioro y menoscabo a través del cual las condiciones o el estado de algo o alguien comienzan a empeorar”.

Tras la llegada de la primera mujer indígena a la Alcaldía de la ciudad de Ambato, las aspiraciones de sus votantes, así como del casi el 80% de ciudadanos que no le otorgaron su voto de confianza, idealizaron que los males que caracterizaron a las dos últimas administraciones municipales llegaran a su fin y la ciudad renaciera del olvido en el que la habían sumido sus políticos. Lamentablemente, Caiza y sus ediles, ya sea por afinidad o por la fragilidad de su agenda, han sumido a la ciudad y a su festividad en un conjunto de actos cuestionables e inoperantes.

Me atrevo a afirmar que esta edición de la FFF es la peor que la ciudad haya experimentado en su historia reciente: improvisación, derroche de recursos públicos en la promoción de la alcaldesa y de su escasa gestión, una agenda cultural monótona y repetitiva, un casco central transformado en un mercado y en un vertedero a la vez. Todo ello se ve exacerbado por la atrocidad visual del nuevo eslogan de la ciudad, un absurdo gráfico que, por ejemplo, sin ningún recato, fue instalado en la entrada norte de la urbe, provocando estupor entre quienes la contemplan.

El martes pasado, como ya es tradición tras la finalización de las festividades, la ciudad amaneció envuelta en olores a orina, sus calles centrales rebosaban de basura, de excrementos de animales y otros desechos. Muchos ciudadanos quedamos con el amargo sabor de boca, al constatar que la esencia de la fiesta se ha desvanecido.

Con certeza, en pocos días, en otro derroche más de recursos públicos, la alcaldesa y sus aliados intentarán sembrar en la colectividad el falso éxito de una festividad que ha dejado de ser el emblema más representativo de la ‘ambateñidad’.