El silencio es tan mortal, que hasta los dioses del olimpo quisieron hablar con la gente

Joffre Villalva Cassanello

De todos los males, el más natural como la fatiga, el dolor, el hambre, el miedo, la enfermedad, la muerte, es el silencio. Existe el silencio desde mucho antes que el habla, por ello reconocemos conscientemente la posibilidad de que se diera la existencia de los protohumanos, mucho antes de que la civilización siquiera se civilizara; y en estos cabría el silencio para buscar el interés de aquellos semejantes, que tal cual hacen nuestros políticos actuales “tictockers sociales” que sólo cuando sienten que sí tienen un público; entonces tiene para ellos sentido el intentar alcanzar la gloria, como si sólo ese público les regalara el sentido de justicia o de libertad que promulgan.
Busquemos en el Ecuador llenar las cárceles de estudios SEL que nos permitan entender por qué las mentes más brillantes se van por lo fácil y apoyan en silencio a las mentes más mordaces que verifican la enfermedad y debilidad social de irse por lo más sano: el dinero fácil de EE.UU.
Busquemos también al mismo tiempo la carencia ética y moral de todos quienes persiguen en silencio pintar un dólar “ecuatorianizado” que no sirva más allá de sus fronteras como única arma para acallar la delincuencia que ellos administran.
Encontraremos el “¿por qué?” de la caza de brujas silenciosa y privada de tácticas sutiles que anulen el narcotráfico, único distractor de los medios de comunicación legalizados y pagadores de impuestos, empezaremos también la fatigosa tarea de encontrar culpables llenos de opinión dentro y fuera del territorio nacional, nuevos “protohumanos” hablantes de la lengua madre o no, dibujados en las capitales provinciales con logos interesantes de “alter cultura” (enfermedad de la ignorancia); cual sea la playa a la que se quisiera regresar, nos hallamos perdidos sin la capacidad del silencio en nuestras vidas, habitantes todos de la misma edad del aburrimiento que ha sumido al país en un mordaz silencio, típico de las convenciones democráticas
que se arriman en la pobreza, el hambre y el dolor de la vergüenza ajena.

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