El éxito de los mediocres

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

En un mundo ideal el sistema debería procurar la llegada de sus mejores elementos a la cúspide o al lugar donde cada individuo pueda explotar al máximo sus habilidades para beneficio personal y colectivo. En la panacea aristotélica la fuerza motriz es la voluntad y no la envidia, se valora el esfuerzo y la excelencia y se desprecia la mediocridad.

El populismo ha erosionado nuestra débil democracia y su daño más profundo es el haber perforado nuestra matriz cultural con la desgana y el vicio, bañando el éxito con sombras de ilegitimidad, lo que solo puede desembocar en el culto por necesidad de lo mediocre. Esto justifica nuestra escasez de referentes, la búsqueda histérica de un vulgar mesías y la defensa fanática de los personajes que operan sobre nuestra realidad con notable deficiencia.

Un ejemplo triste es el fracaso del gobierno de Lasso, que además de contar con un complicado escenario no ha podido resolver con solvencia ni siquiera los asuntos internos de su gestión. Último caso, el de Ordóñez quien a lo Patiño desfiló por toda clase de cargos sin poder enumerar un solo logro en ninguno. El descalabro general en materia de seguridad terminó por forzar su renuncia, pero no ocurre lo mismo con personajes tan nefastos como el coronel Zapata, paradigma del ni agua ni pescado que no pierde un ápice de poder desde tiempos inmemoriales. Ejemplo del servidor público promedio.

Otro, es el show de la Asamblea bajo el argumento de que es reducto y reflejo de la voluntad popular ¿Es eso suficiente? Es cierto que esos enemigos del ácido fólico son nuestra responsabilidad y aunque han demostrado actuar con interés, no parece el común.

Eso no quiere decir que el estado anterior del servicio público era deseable o mejor. No romanticemos los fracasos del pasado porque nos devuelven al origen de los actuales.