Un asunto de cinismo y demagogia

Alejandro Querejeta Barceló

La cuestión no debería ser quién desde el Gobierno o desde la oposición “ganará” la batalla. Lo que es malo para unos puede ser bueno para otros y al revés. La polarización exacerbada permitirá sacar de la agenda pública los problemas más graves del país. Los más necesitados son los que terminan pagando “los platos rotos”.

Un gobierno fiscalmente más débil y políticamente frágil, junto al aumento de la pobreza y la desigualdad, es una combinación que ya ha demostrado ser la semilla de una inquietud social que abre la puerta falsa del populismo. La experiencia histórica latinoamericana, por ejemplo, nos deja la lección de que una vez en el poder, no defiende los límites al Poder Ejecutivo.

Al contrario, se transforma en una concentración del poder. Puesto que el poder es ahora del pueblo, el modo de profundizar la democracia, según esta ideología, es dar poderes más fuertes y excluyentes, a los nuevos dueños del poder. La medicina es, en efecto, “un compendio de los sucesivos y contradictorios errores de los médicos”. No podemos pensar que la libertad y la democracia son para toda la vida.

En Ecuador, el tiempo de lo político parece correr cada vez más rápido y, casi sin margen de maniobra, se suman coyunturas con consecuencias inmediatas, con su intoxicación de ideas utópicas, masoquistas, arcaicas, autoritarias o, por decir lo menos, poco útiles. Para la mayoría silenciosa vivir en una amenaza constante es lo habitual. Por supuesto, las cosas siempre son susceptibles de empeorar.

Nos manejamos en términos de ‘ganadores’ y ‘perdedores’. Una lamentable situación en la que no hay salida para nadie. Las condiciones políticas rara vez han sido tan desfavorables. Cualquiera que sea el giro de los acontecimientos, uno u otro bando tendrá que resignarse a la derrota. Aunque, en realidad, el gran perdedor es ese ‘pueblo’ al que con demagogia y cinismo dicen defender.

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