¿Se ha vuelto a la normalidad?

Ante tanta turbulencia sociopolítica y económica las consecuencias son palpables. La cosa está mal y no tiene visos de mejorar. La primera fue el cambio de ministros, lo cual más que una solución parecería un acto, uno más, de inestabilidad profunda después de un duro enfrentamiento con las caras visibles de la oposición. Insisto: las visibles, porque las otras se cuidan de la opinión pública.

Este sería el primer “golpe de timón”, pero en las puertas del Palacio de Carondelet están un reto tras otro, todos con final incierto. Las crisis son manifestaciones temporales de los problemas a largo plazo. El más inmediato es estabilizar la economía y procurar mejores cifras de casi empleo, no solo urbano, también rural. La inflación es otro factor determinante.

Como se sabe, siempre es preferible hacer reformas a que te las hagan. Ojalá que el Presidente en sus 18 jornadas de insomnio haya logrado entenderlo. Aunque por lo que llevamos visto de su Gobierno, lo que se dice y lo que se hace no siempre va de la mano. Una tendencia que apunta a que seguirá. Para la mayoría de ciudadanos ningún derecho conquistado, hoy por hoy, puede darse por seguro.
La verdadera opción para los flamantes ministros y demás funcionarios no es ceder a las demandas, sino desactivarlas con una idea alternativa. Ambos bandos aseveraron estar defendiendo la democracia de la amenaza que representaba el otro. Pero, ¿a cuál democracia se referían un bando y otro?

La imagen de bandazos y de caos está servida, con el peligro siempre presente en el aire de la tensión social y la violencia política. No basta con negociar, con reunirse a evaluar las propuestas de uno u otro lado. Tiene que estar en primer plano la justicia, cuyo apoyo se vuelve imprescindible para acometer en profundidad la tarea de tener, en algún momento, certezas de alguna gobernabilidad duradera.

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