Por lo que se ve y se oye

Alejandro Querejeta Barceló

Unas elecciones en nuestro país sin algún episodio escandaloso es la excepción de una regla histórica. Así sucedió con la decisión del Consejo Nacional Electoral en pleno, al frenar la inscripción de las candidaturas de Luisa González y de Fernando Villavicencio. Bien se dice que, si se salta en el lodo, lo normal es quedar salpicado.

Podremos orillar con éxito algún otro episodio sombrío que opaque estas elecciones extraordinarias, de las que saldrá un gobierno de muy breve vida. Nuestro proverbial cortoplacismo, sin embargo, asoma las orejas en las propuestas de todas las candidaturas por imperativo de la política y la lucha por el poder. Entre nosotros, lamentablemente el futuro está anclado en el pasado.

Enemiga de la prosperidad es la mala política. Los mejores países son los que menos dependen de sus elecciones, dados los aciertos de sus últimas generaciones. Sin grandes pactos estratégicos en la salud, la educación, el medio ambiente y la economía es muy difícil que un país afronte con solvencia los retos que se nos plantean. En medio de una crisis, es fácil fingir que no está sucediendo, y es igual de fácil fingir que es lo único que está sucediendo.

Para el votante, crecen las dificultades para discernir la verdad de lo falso. Es que aquí la incertidumbre manda.  Todo paso en aras de la honradez y la decencia, por pequeño que sea, es para celebrarlo y tomarlo en cuenta a la hora de decidir por quién votar.

Por lo que se ve y se oye, es muy difícil que un país afronte con seguridad y confianza los retos del futuro. En un contexto mundial crítico en casi todo, carecemos de la cordura suficiente para tener instituciones que sean capaces de navegar con relativo éxito o, por lo menos, sin un naufragio trágico, como suelen ser todos los naufragios. Siguen imperando entre nosotros la corrupción, la vanidad, la codicia y la ceguera ética.

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